Últimamente oigo hablar mucho de “bacterias superresistentes” (si pincháis en este enlace la OMS indica cuáles son) y, además, parece que el hecho de que sean tan “super” es nuestra.
Eso sí, os tengo que confesar que cuando alguien me habla de bacterias resistentes (de hospital las suelen llamar) me imagino a una Escherichia coli dando un concierto a una multitud de bacterias y cantando lo siguiente:
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Imagen propia |
Me imagino que no tendréis ninguna dificultad para adivinar la melodia que acompaña ¿no? Bromas aparte, la cuestión es si esto debe preocuparnos y tengo la impresión de que la respuesta es sí.
¿Debe preocuparnos la resistencia de las bacterias?
Somos personas y casi siempre tendemos a buscar culpables para nuestros fracasos. Este caso no iba a ser menos y le hemos echado la culpa de la bacterias más fuertes y resistentes a los antibióticos, pero yo no estoy segura de que sea así.
Durante décadas, los antibióticos han sido nuestra arma más efectiva contra estos diminutos adversarios, pero ahora las tornas han cambiado. La resistencia a los antibióticos se ha convertido en una de las mayores amenazas para la salud y nos hemos topado de morros con las “superbacterias”.
Imagen de Pixabay |
Hemos conseguido desarrollar antibióticos que acaban con las bacterias más comunes, sin embargo, las más duras se resisten. Esta resistencia no es casualidad, sino el resultado de un proceso evolutivo acelerado.
¿Cómo se convierte una bacteria en ‘superresistente’?
Cuando las bacterias se exponen repetidamente a los antibióticos, aquellas que poseen mutaciones genéticas casuales que les confieren cierta resistencia tienen una ventaja evolutiva. Aguantan como campeonas mientras sus compañeras más sensibles mueren. Las que sobreviven se multiplican y transmiten sus genes de resistencia a su descendencia y, en algunos casos, incluso a otras especies bacterianas mediante transferencia horizontal de genes.
Las bacterias no han cogido los antibioticos y emulando a Rasputín han tomado pequeñas dosis para inmunizarse o mejorar, no. Ya nos hemos encargado de hacerlo nosostres. Durante muchos años hemos intentado curar todo lo que nos cuadraba (catarros, gripes o un callo en el pie) con antibióticos. Era fácil, como no era necesaria receta se podían encontrar en cualquier casa y con esto la automediación. ¿A quién no le han dado alguna vez en casa unas pastillas que a “noséquien” le han funcionado? ¿Tal vez han intendado curarte una gripe con las que te habían dado para las anginas?
Esto que hemos estado haciendo mucho tiempo ha creado un ambiente perfecto para la selección natural de cepas resistentes. Cada vez que no nos tomamos el tratamiento completo, tomamos dosis insuficientes, o utilizamos antibióticos para infecciones virales, se genera una presión selectiva que favorece la supervivencia de las bacterias más resistentes. Las hemos estado entrenando para que sean más fuertes.
La era “post-antibiótica”
Sí, a mí también este concepto me dejó un poco alucinada, pero creo que describe muy bien lo que la resistencia bacteriana puede provocar. Imaginad un escenario donde los antibióticos han perdido gran parte de su efectividad. Pensad que es como si volvieramos al pasado. ¿Os imagináis volver a la época en la que no había penicilina?
Vamos a ponernos un poco en situación…infecciones que pensamos que son una tonteria, como una infección de orina, una herida infectada, o una neumonía, podrían volver a ser mortales. Operaciones y procedimientos que damos por sentados, como cirugías, trasplantes de órganos o quimioterapia se volverían extremadamente arriesgados o imposibles. Al fin y al cabo dependen de nuestra capacidad para prevenir y tratar infecciones bacterianas.
Lo preocupante es que no se trata de un concepto teórico. La Organización Mundial de la Salud ya ha identificado varias “superbacterias” que son resistentes a prácticamente todos los antibióticos disponibles. Algunas cepas de tuberculosis, por ejemplo, son resistentes a múltiples fármacos, y ciertas infecciones hospitalarias causadas por bacterias como Klebsiella pneumoniae o Acinetobacter baumannii ya empiezan a resistir a los antibióticos más potentes.
Vamos a ponernos un poco en situación…infecciones que pensamos que son una tonteria, como una infección de orina, una herida infectada, o una neumonía, podrían volver a ser mortales. Operaciones y procedimientos que damos por sentados, como cirugías, trasplantes de órganos o quimioterapia se volverían extremadamente arriesgados o imposibles. Al fin y al cabo dependen de nuestra capacidad para prevenir y tratar infecciones bacterianas.
Lo preocupante es que no se trata de un concepto teórico. La Organización Mundial de la Salud ya ha identificado varias “superbacterias” que son resistentes a prácticamente todos los antibióticos disponibles. Algunas cepas de tuberculosis, por ejemplo, son resistentes a múltiples fármacos, y ciertas infecciones hospitalarias causadas por bacterias como Klebsiella pneumoniae o Acinetobacter baumannii ya empiezan a resistir a los antibióticos más potentes.
En definitiva, que hemos atacado a las multiples bacterias que tenemos de forma natural en el cuerpo y, hemos usado agentes externos, pero no lo hemos hecho bien y las hemos sobreexpuesto. Así que ellas han aprendido a resistir. ( En este artículo podéis encontrar una descripción detallada de alguna de ellas)
¿Como se vuelven inmunes a los antibióticos?
Los antibióticos (bien usados) funcionan atacando diversas regiones de las bacterias como la pared y la membrana bacteriana o impiden que la bacteria sintetice proteínas y ácidos nucleicos. Es decir, impiden su desarrollo y reproducción. Pero entonces ¿qué pasa con las ‘bacterias superresistentes’ ?
Las bacterias tienen dos mecanismos ante los antibióticos. El primero es la resistencia intrínseca que la célula posee sin necesidad de exponerse al antibiótico. El segundo es la resistencia adquirida, que se produce por mutaciones en la bacteria. (En este link tenéis información detallada de la resistencia bacteriana)
No queda ahí el asunto, ya que además pueden realizar un proceso de conjugación bacteriana. Consiste en que una bacteria a través de un ‘puente’ se conecta con otra. Usando este puente puede trasmitir una copia del plásmido que le hace resistente a los antibióticos. Así que ya tenemos dos bacterias resistentes. Lógicamente este proceso no para, por lo tanto tendremos más bacterias resistentes. Además al ser más resistentes se multiplicarán con más facilidad.
Si queréis conocer cómo funciona exactamente el mecanismo os dejo el link de la charla que dio Ignacio Lopez-Goñi en Naukas. Si sois capaces de verme, soy una de las bacterias que recibe el plásmido con genes de resistencia a los antibióticos. 😉
Imagen de pixabay |
Ya sé que os he metido el miedo en el cuerpo, pero ya sabéis que yo no soy así y siempre tengo un ojo puesto en el futuro, así que sé que ya hay formas de resolverlo.
Si os gusta el cine seguro que sabéis que todo malvado tiene su enemigo o, incluso, su archienemigo. Las bacterias no iban a ser menos, ¿no? Al igual que el resto, tienen sus propios depredadores: los bacteriófagos y gracias a las aportaciones de Twort y d’Herelle los conocemos.
¿Qué son estos zampadores de bacterias?
Se trata de virus que pueden parasitar a la bacteria y acabar con ella. Al ser virus tienen que vivir en el interior de una célula, en este caso en el de las bacterias y con ello participan de la vida de éstas. En el interior pueden realizar varios procesos, pero el que nos interesa es el proceso en el cual el virus está en el ciclo lítico.
En este caso al estar dentro de la bacteria, el virus comienza a replicarse hasta que la “revienta”. Al romper la estructura todos los virus que estaban en el interior de la bacteria se diseminan afectando a otras. Así que tendríamos una bomba expansiva de virus que podrían acabar con las superresistentes. Existen varias investigaciones al respecto y parece que podría ser viable el uso de microbios (virus) para luchar contra las infecciones.
En una de estas investigaciones están analizando la viabilidad del uso de bacteriófagos. Para ello están utilizando las técnicas CRISPR de edición genética.
La técnica CRISPR fue descubierta en las bacterias. De hecho es la técnica que utilizan las bacterias para defenderse de los virus. Éstas guardan pequeños trozos de ADN de los bacteriófagos en su interior. Uniendo estos trozos a una enzima pueden reconocer y cortar los genes del virus atacante.
El laboratorio Van Pijkeren está desarrollando un método para atacar a las bacterias que se nos resisten. Se trata de llevar un mensaje CRISPR específico hasta las bacterias. De esa forma se impediría que pudieran utilizar el mecanismo de edición de genes para protegerse y además evitar que se pudiera producir después la conjugación bacteriana.
El problema radica en cómo conseguir llevar estos pequeños mensajes, hasta las bacterias diana, sin que se dañen. Al entrar en contacto con nuestro estomago los jugos gástricos los romperían. Así que parece que el plan es introducirlos en bacterias probióticas, inocuas y que las podamos ingerir.
Por lo tanto, tenemos bacterias buenas con virus modificados con técnicas CRISPR que son aniquiladores de bacterias resistentes. Ni en la mejor novela de ciencia ficción.
El laboratorio Van Pijkeren está desarrollando un método para atacar a las bacterias que se nos resisten. Se trata de llevar un mensaje CRISPR específico hasta las bacterias. De esa forma se impediría que pudieran utilizar el mecanismo de edición de genes para protegerse y además evitar que se pudiera producir después la conjugación bacteriana.
El problema radica en cómo conseguir llevar estos pequeños mensajes, hasta las bacterias diana, sin que se dañen. Al entrar en contacto con nuestro estomago los jugos gástricos los romperían. Así que parece que el plan es introducirlos en bacterias probióticas, inocuas y que las podamos ingerir.
Por lo tanto, tenemos bacterias buenas con virus modificados con técnicas CRISPR que son aniquiladores de bacterias resistentes. Ni en la mejor novela de ciencia ficción.
En el ámbito alimentario también se está investigando el uso de los bacteriófagos para evitar la contaminación con E.coli, Salmonella o Listeria. En en este artículo explican el posible uso para desinfectar verduras. En general son las que consumimos crudas y por ello presentan más riesgos para nuestro organismo.
Claro que todo no es tan sencillo como parece. Los bacteriófagos también pueden presentar riesgos en caso de no estar perfectamente controlados. Ya que pueden contener genes indeseados que podrían ser perjudiciales para nuestra microbiota.
En nuestras manos está no colaborar con las bacterias y que dejen de cantar Resistiré. Así que como diría Super Ratón:
Referencias:
Con esta entrada participo como polivulgadora para Café Hypatia con el #PVresistir
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