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¿Hablamos de depresión?

¿Hablamos de depresión?

Tres charlas que invitan a reflexionar.  

Casualidades de la vida. Hace una semana me encontré con Y, nos conocemos desde hace 20 años. No habíamos coincidido desde antes de la pandemia. La conversación, normal, comenzando con: ¿qué tal?¡cuánto tiempo!. Su respuesta: “mal, tengo depresión”
    Sí, es de las pocas personas con las que me he encontrado a lo largo de mi vida que han respondido de forma tan clara. Y, junto con X y con Z van a ser los protagonistas. Tres historias de depresión diferentes, con tres visiones distintas y tres posturas a la hora de contar sus problemas. Cada uno de una generación diferente, X tiene 44 años, Y tiene 34 y Z tiene 19. 

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    Z es joven y aunque tiene ganas de contar qué le pasa no es fácil que lo haga. Nuestra charla fue de casualidad. Que tenía depresión me llegó por de boca de otra persona que me lo contó de resbalón y en voz baja. Fui a buscar a Z y le pregunté por su depresión directamente. Suspiró y charlamos.  
    X es muy especial para mí. Es una de esas personas con las que te topas por casualidad y, sin embargo, tienes la sensación de que la conoces de toda la vida. En nuestras charlas surgió el tema. Tras contarle que yo había tenido un episodio en el que mi cabeza hizo ¡plof! y que tras ello tuve depresión, se animó a contarme con todo lujo de detalles lo que pasaba por su cabeza. 
   Es de estas charlas de las que se han alimentado las siguientes líneas y su única pretensión es que todos le quitemos el miedo a hablar de nuestros problemas mentales y que lo hagamos con la misma libertad y naturalidad que si lo hiciéramos de un catarro. ¿Cuántas relaciones perdidas? ¿Cuánta angustia? ¿Cuánto miedo al “qué dirán”? Todo ello surgido de un tabú absurdo del que no terminamos de curarnos.

¿De qué hablamos?

    “La depresión clínica es un trastorno del estado anímico en el cual los sentimientos de tristeza, pérdida, ira o frustración interfieren con la vida diaria durante un periodo de algunas semanas o más.” (MedlinePlus)
    En 2021, entre las personas mayores de 15 años había un 5.25% de ellas que presentaban un cuadro depresivo según los datos que ofrece el Instituto Nacional de Estadística (INE). 
    Para acompañar esta narración he creado dos cuestionarios que me dieran información sobre la opinión de aquellos que han padecido o padecen depresión y de aquellos que no. Puedo deciros que de las 37 personas que han contestado, 7 dicen que padecen o han padecido depresión. Aproximadamente un 13.5%. El dato es mayor que en la población en general. Lógicamente mi encuesta está sesgada, ya que se trata de un grupo reducido de personas las que han respondido. De las personas que han contestado al formulario dirigido a los que padecen depresión, un 11% dice no saber si la padece o no. Esto me hace pensar que no sabemos identificar claramente qué es la depresión. 
    No saber es normal. Escondemos la depresión en muchos casos y no sabemos cuáles son las señales de alerta. Pequeños cambios de humor, tal vez un poco de tristeza, alejarse de los demás…
Los síntomas de depresión incluyen:
Estado de ánimo irritable o bajo la mayoría de las veces.
Dificultad para conciliar el sueño o exceso de sueño.
Cambio grande en el apetito, a menudo con aumento o pérdida de peso.
Cansancio y falta de energía.
Sentimientos de inutilidad, odio a sí mismo y culpa.
Dificultad para concentrarse.
Movimientos lentos o rápidos.
Inactividad y retraimiento de las actividades usuales.
Sentimientos de desesperanza o abandono.
Pensamientos repetitivos de muerte o suicidio.
Pérdida de placer en actividades que suelen hacerlo feliz, incluso la actividad sexual” (MedlinePlus)

¿Cómo hablamos?

    A X la depresión le ha afectado a lo largo de su vida. En unas ocasiones de forma más leve, en otras, acompañada de aislamiento y ansiedad. Su caso es diferente al de Y, en las formas, en las causas y en cómo ha afectado a sus relaciones. En el caso de X, muy poca gente sabe que sufre de ataques de ansiedad, que tiene momentos depresivos importantes. Ocultarlo, en su caso, ha estado relacionado con su profesión. Su pareja es su apoyo más incondicional y nunca se pierde ni un detalle que le pueda indicar que X pueda estar mal. En su entorno no se siente libre de contar lo que le pasa. Eso hace inviable que alguien pueda estar atento a las señales y actuar en caso de ser necesario. ¿Estamos preparados para actuar?
    Según los datos del INE el número de personas que se suicidaron el 2020 fue 3941 personas. No todas las depresiones llevan al suicidio pero sí creo que todas las personas que deciden acabar con su vida están deprimidas. Saber sus intenciones es muy complicado. Tal vez si supiéramos ver las señales…
    A Z no le gusta contar que tiene depresión pero tiene que hacerlo. Ya ha tenido que explicarlo varias veces para poder justificar ausencias, exámenes sin hacer y salidas de clase para acudir a consulta. Recuerdo que hace unos 4 años empezaron las ausencias a clase. La justificación era sufrir fuertes dolores de cabeza de origen desconocido. Después un par de años de revisiones que no llevaron a ningún sitio. El dolor no procedía de ningún problema físico, se le diagnosticó depresión mayor. Ahora la justificación para no asistir a clase o perderse exámenes está clara. Acude siempre que se encuentra lo suficientemente bien. Lo intenta de verdad. En ocasiones siente que sus compañeros creen que cuando no va a clase es porque no quiere, en ningún caso creen que es porque no puede. 
    Disimular lo que nos ocurre cuando estamos deprimidos es un esfuerzo extra que tenemos que hacer cuando precisamente no estamos ni mental ni físicamente en plena forma. Ocultarlo convierte situaciones normales en experiencias terroríficas. X me contó que cuando en su puesto de trabajo se produce una situación de tensión o que hace que su ansiedad se dispare, tiene que disimular. La consecuencia, en la mayoría de las ocasiones, es agotamiento mental, la sensación de no estar haciendo bien el trabajo, la impotencia por no poder dominar la situación y una bajada de su autoestima. Lo que alimenta aún más la depresión. Sin embargo, X cree que contarlo sería peor. Piensa que, probablemente, la gente que le rodea modificaría su comportamiento, es posible que sintieran lástima o, tal vez, al percibir que alguien es más débil desembocara en abuso. Callarlo, en sus palabras, es la mejor opción.
    Este es el mensaje que me envió una de las personas que han respondido al cuestionario:
    Todo vino motivado por un problema en el trabajo, según lo ocurrido  y testigos que había presentes, dos de mis jefes confabularon contra mi persona, fui expulsado del puesto que tenía y a partir de ahí, todo fue rodando cuesta abajo como una bola de nieve, se hizo tan grande y pesada que pudo conmigo. Tras estar en tratamiento psicológico y psiquiátrico durante 20 meses, comenzó a remitir. Ahora está superado, pero no olvidado.” (SBJ)
    No hemos hablado de las causas que pueden conducirnos a padecer depresión. Pueden ser muy variadas, en algunos casos ni siquiera es posible establecer una causa concreta. Durante las charlas me he dado cuenta de que uno de los aspectos que más nos preocupan es el tiempo. ¿Cuánto durará esto? Cada persona tiene un ritmo de recuperación diferente. Lo relevante no debe ser cuánto sino cómo. Se supera pero no se olvida. En muchas personas queda el miedo a volver a caer. Si supiéramos gestionar y entender cómo funciona la depresión estoy prácticamente segura de que captaríamos las señales que nos indican lo que se avecina ya sea en nosotros mismos o en los demás. Una buena educación en autoconocimiento y empatía podría ser clave. Seguramente seriamos capaces de comprender los mecanismos de funcionamiento de nuestra mente y, de esa manera, atajar ciertos patrones que nos indiquen que no estamos bien. 

¿Con quién hablamos?

    ¿A quién se le cuenta que tenemos depresión? No parece que haya una pauta clara para determinar un grupo al que se le hace participe de la situación. Solemos confiar en personas concretas, no en grupos. Encontrar a quién contarle la situación no es sencillo ya que no solemos mostrar una buena disposición a hablar de ello. En general nuestro estilo de vida, especialmente el que mostramos a los otros, está encaminado a dar una sensación de felicidad y bienestar.
     Otra de las personas que ha respondido a mi pequeño formulario ha escrito:
    “Supongo que cansamos porque nadie quiere tener a su lado a gente triste, repetimos lo mismo que nos agobia una y otra vez”
    Uno de los aspectos que más me llama la atención es la tendencia a ocultar lo que nos pasa. Dejamos que algunas relaciones se deterioren por no saber hablar y contar qué nos pasa o por no ser capaces de comprender qué les pasa a los demás. Tendemos a esconder los problemas relacionados con la salud mental, la impresión es que produce miedo o rechazo hablar del tema. 
    Para ilustrar lo que la depresión tiene todavía de tabú os puedo contar que envié mi cuestinonario a las redes sociales y además, a unas 70 personas conocidas de forma directa. Todas sabían que era anónima y apelé a un trabajo para la universidad para generar respuestas. Han contestado 37 personas a mis preguntas. Eso me lleva a pensar que no estamos preparados para hablar de salud mental. Tengo la prueba. Os puedo asegurar que las 70 personas a las que les llegó de forma directa, todas sin excepción, dijeron que habían contestado. Sé que alguna de las respuestas viene de personas sin vinculación directa conmigo, así que la conclusión es sencilla: no nos gusta hablar de salud mental.
     ¿Malas relaciones? En ocasiones sí. Generalmente no sabemos abordarlas o se complican en exceso. Otra de las personas que escribió brevemente en mi cuestionario me dejó esto:
    “Fue una amistad de la época de la universidad, con un cuadro mental complejo, tenía patologías más allá de la depresión. Finalmente, después de muchos años, me alejé de él. En cuanto a la relación que tuvimos, posiblemente el error por mi parte fue no buscar una relación de amistad equilibrada sino relacionarme con él pensando que era una persona que necesitaba de cierta forma cuidados, escucha.”
    En este aspecto Y ha tenido algo más de suerte. Siempre ha sido una persona colaborativa, integrada en su entorno. Se ha preocupado de ayudar a cualquiera que requería ayuda, es voluntario en el hospital de su ciudad y ayuda con juegos a menores que tienen cáncer. Una serie de circunstancias que venían de atrás le pusieron en una situación que no pudo dominar. En ese momento sintió que había dado tanto durante tanto tiempo que no podía dar más y se derrumbó. Eso fue hace unos seis meses. A Y no le gusta callarse, no tiene esa necesidad, si le queremos, le queremos como es y ya está, es lo que suele decir. En su caso no callarse le llevó a perder su relación de pareja. Su pareja, en el momento que se vio manteniendo una relación con una persona que ya no le divertía, que no trabajaba y que estaba deprimida se distanció. Ni siquiera lo hizo con elegancia, simplemente dejó claro que no estaba dispuesta a continuar en esa situación. Como consecuencia Y se sintió sólo y abandonado. Han pasado tres meses desde que la relación se rompió, Y se sigue preguntando el porqué del abandono. Eran felices antes, lo podían volver a ser después. Afortunadamente Y cuenta con unos grandes amigos que están encima de él para que afronte todo esto de la mejor manera posible. Seguramente ha ayudado que desde el principio fue claro con ellos, les explicó qué pasaba y cómo se sentía. Sus amigos lo son desde siempre y saben que Y es especial, que ha sido siempre el primero en prestar ayuda al resto. 

¿Quién nos escucha?

    Ir a la psicóloga es una costumbre para X, es tan normal como tomar un café a media mañana. Allí se siente libre de contar todo lo que le pasa por la cabeza sin que nadie le juzgue, sin que le pongan cara de pena. Le ayuda mucho. Fuera de ese despacho es raro que hable de ello. Cree que mucha gente se asustaría con lo que puede llegar a pensar en un momento en el que los “chimpancés” andan sueltos en su cabeza. En una ocasión, en una página de una novela, encontró la clave para expresar cómo funciona su mente. Hasta donde yo sé, sólo lo ha compartido conmigo. Nos ha permitido reírnos mucho con la imagen y hacer de ella una especie de fetiche para afrontar los momentos duros.
     La familia de Z está un poco aburrida de que tenga depresión y no haga lo mismo que su grupo de amistades. Parece que no se creen que tiene depresión y que lo que le ocurre es cuento. No comprenden que hay días en los que no se puede levantar de la cama porque está agotada tras una noche sin dormir. No se creen que se siente inútil por no poder hacer un examen o por no poder salir. Dudan de que lo que les cuenta sea cierto. Lo curioso es que tienen un informe médico que lo acredita. A pesar de todo parece que tiene buenos amigos. Continuamente están pendientes, eso le hace sentirse bien y hace que lo que está pasando sea un poco más llevadero. En casa la cosa es diferente, en ocasiones siente en la necesidad de hacer cosas para que no piensen que está haciendo el vago. Se esfuerza siempre que se encuentra bien pero eso no ocurre todos los días. 
    Hace unos días Y me contó que él va a seguir avanzando. Le pesa mucho que su pareja le dejara al poco tiempo de enterarse de que tenía depresión. No se siente correspondido en lo que ha dado en la relación. Es una persona cabal, precisamente por eso sabe que el abandono fue fruto del desconocimiento. De no saber abordar lo que iban a ser unos meses duros, de saber que la vida que había llevado hasta ese momento se acababa. Eso es lo que le ha dolido más a Y, el saber que la relación se ha roto porque las condiciones en las que había transcurrido habían desaparecido y el futuro se presentaba incierto. No esperar, no tener paciencia y anteponer su bienestar al de Y ha sido de un egoísmo horrible, no ha habido apoyo, ni siquiera en la distancia. Ningún mensaje, ninguna llamada y, sin embargo, Y todavía espera que en algún momento se acerque aunque sólo sea para preguntar.
    Quiero que quede escrito lo que Y me mandó en un audio, creo que refleja mucho de lo que os he querido contar a lo largo de estas líneas.
    Se debería aprender a tratar a la gente. En mi caso yo he ayudado a muchas personas cuando han estado mal. Les he escuchado y he reforzado su ánimo. Ahora ha habido un cambio de cartas y es cuando me tienen que ayudar a mí. Hay gente que no lo entiende y desaparece. Hay que acordarse de cuando otros nos han prestado apoyo. Hay que estar a las buenas y a las malas” (Y)

Tenemos que hablar más y lo haremos

    De las charlas con X, con Y y con Z he aprendido mucho. Escuchar y que sepan que les escuchas, aunque sea momentáneamente, les ayuda. Les da libertad para contar qué les pasa. He aprendido que no son tristes sino que la tristeza les acompaña allí donde van. 
    No creo que se trate de eso. Creo que, generalmente, no tenemos herramientas ni una fórmula mágica de respuesta para que el mundo que les rodea y sus preocupaciones no les desborden. Creo que nos falta conocimiento y que tendemos a responder con fórmulas repetidas hasta la saciedad. Una de las más habituales es: “anímate”. Se nos olvida que no pueden y, sin darnos cuenta, les estamos exigiendo un esfuerzo que no pueden hacer. No sabemos relacionarnos con las personas que padecen depresión. 
    En las redes sociales tendemos a mostrar una imagen de falsa felicidad con frases grandilocuentes de autoayuda que lo único que consiguen es crear confusión y falsas expectativas en las personas que realmente necesitan ayuda. Tenemos que aprender, y mucho, sobre como relacionarnos. Debemos aprender aún más sobre cómo hacer de una conversación sobre salud mental una conversación interesante, encaminada a comprender y a ayudar. En definitiva, del mismo modo que aprendemos primeros auxilios, deberíamos aprender su equivalente para salud mental.
    Para despedirme os dejo lo que Z , Y y X me dijeron cuando les pregunté por cómo se veían en el futuro. 
“Todos los días pienso que ahora estoy muy mal, pero incluso así soy capaz de pensar en lo bien y tranquila que voy a estar cuando esto se acabe” (Z)

“Cuando todo esto pase seguro que andaré con proyectos nuevos porque me gusta participar en proyectos sociales y crearlos. Seguramente me animaré a crear algún proyecto social solo o acompañado de un equipo. Con ganas de dar lo mejor de mí pero con algún filtro que otro. Volveré a ser la persona feliz que he sido siempre y disfrutaré de la mañana a la noche….todo llega” (Y)

“Tengo a los chimpancés controlados” (X)

    Sus palabras reflejan que tienen un futuro y lo creen con seguridad. ¿Qué tal si les acompañamos durante el camino para que no se sientan solos?

Fuentes de información:
Encuesta propia, no representativa de la población total y no extrapolable. Su uso es meramente ilustrativo ya que carece de la entidad necesaria para un estudio.
Instituto Nacional de Estadística
MedlinePlus
Charlas con X, con Y y con Z
Mensajes de correo electrónico


Os agradezco a los tres vuestra sinceridad, vuestra charla, vuestro interés y la ayuda que me habéis proporcionado para poder escribir estas líneas. Gracias también a aquellos que habéis respondido a mis preguntas, especialmente, a los que me habéis enviado un mensaje con vuestra experiencia.


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