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La culpa la tuvo una alcachofa

Sí, así fue. Ocurrió hace aproximadamente un mes comiendo un plato de Cynara scolymus. Vulgarmente, alcachofas. El susto fue importante. Lo curioso es que fue el último bocado el que desencadenó todo.
    Un plato de alcachofas salteadas con un poco de aceite de oliva, y ya. El plato casi acabado, un último trozo de alcachofa camino de mi boca y… azul.
Imagen de djedj en Pixabay

    ¿Habéis saboreado el azul? Yo hasta ese momento tampoco. Al meterme el último trozo de alcachofa en la boca algo ocurrió. En una fracción de segundo vi el campo de cultivo donde habían recogido la alcachofa, sentí en la piel el calor y la brisa que hacía ese día, oí el sonido del campo alrededor, los pájaros, las ramas de un arbusto cercano y la respiración de quien estaba recogiendo los frutos. Olí la tierra. Sin embargo, lo que más me impacto fue que el sabor era azul, con algún tono violeta y una pizca de añil.
    Pensé que había sufrido algún tipo de ilusión o, tal vez, de alucinación. Eran días de mucho calor y dormía muy poco. ¿Cansancio? Tal vez. Cualquier cosa podía ser.
   Esa misma tarde bajé a la frutería a comprar Solanum lycopersicum, comúnmente conocidos como tomates. Ya ni me acordaba del sabor azul de las alcachofas. 
    Le señalé al frutero unos tomates y me dijo que eligiera los que más me gustaran. Al tocar los tomates para cogerlos, de forma inmediata, la boca se llenó del sabor del tomate y a mi nariz llego el aroma que desprenden cuando se cortan. No tenía tomate en la boca, no estaba masticando nada, sin embargo el sabor y el olor estaban en mi cerebro. Un fracción de segundo y la sensación había desaparecido. Me llevé los tomates. Sin duda, en ese momento, mi pasión por el mundo vegetal comenzó.
    A lo largo de los siguientes días experimenté sensaciones muy curiosas. Al principio pensé que me había vuelto tarumba, luego creí que algo le pasaba a mi cerebro, un poco más tarde y con la cabeza un poco fría, supuse que por alguna razón que desconocía mis sentidos se relacionaban con el mundo vegetal de una forma diferente. No sabía cómo ni por qué, pero tenía claro que la culpa la había tenido una alcachofa. Los primeros días me asustaba un poco. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo, me di cuenta de que me permitía sentir cosas que el resto no percibía. 
    ¿Os acordáis de esos tomates que me llevé de la frutería? Se convirtieron en una discusión con el frutero. Me había jurado y perjurado que los tomates se los traían de un caserio cercano. ¡Ya! Eran de invernadero. 
    El día que los compré, cuando me senté a cenar, había preparado un filete a la plancha y una ensalada de tomate. No había añadido más que una pizca de sal al tomate. No quería interferencias de ningún tipo al comer. Cogí el primer trozo de tomate y…rojo bermejo con matices de naranja y algún punto verde disperso. El olor a plástico, el calor que sentí y el ver un invernadero fueron las cosas que me cabrearon. El frutero me había querido engañar y eso no me gustaba nada. 
    Lo cierto es que el cabreo me duró poco. Mientras iba comiendo más y más tomate, los matices del color iban cambiando. En unos trozos predominaba el rojo mientras que en otros había más matices de color naranja, pero en todos ellos había puntitos verdes.
    Ir a la frutería se ha convertido en un autentico placer para mis sentidos. Salvo ese pequeño desencuentro con los tomates que no eran de huerta, la verdad es que llevo un mes disfrutando de un viaje por el mundo sin levantarme de la mesa. Un viaje cargado de olores, sabores y colores. Un recorrido por el mundo a través del mundo vegetal. Una visita rápida a lugares distantes en los que, durante una fracción de segundo, mis sentidos se sumergen.
    Lo que experimento me fascina, no sé si se trata de algo pasajero o definitivo. Voy poco a poco. De momento, en cada bocado que doy pruebo una cosa diferente porque pocos días después de desencadenarse todo aprendí que las mezclas no siempre son buenas. 
    Había ido a comer con la cuadrilla. Alguien había pedido menú para toda la mesa. Los primeros eran embutido y pulpo. El segundo chuleta con ensalada de tomate. De postre macedonia de fruta con helado. ¡Puaj! Vaya revuelto de sensaciones. La mezcla de colores y olores que barrió mi cerebro casi me hace vomitar y, de golpe, vi un montón de sitios distintos que se amontonaron. Sentí frio y calor a la vez. No me gustó nada la sensación. Ahora que ya he aprendido que es mejor no mezclar, en cada comida, una única cosa vegetal.
    Desde hace unos días voy tocando todos los vegetales que me encuentro a mi alrededor. La curiosidad me puede, no puedo evitarlo. En algunas ocasiones es divertido, por ejemplo al tocar un Jasminum officinale el olor es el del jazmín pero el sabor es muy curioso porque es ligeramente picante y hace cosquillas en la lengua. Sin embargo en infusión es blanco con notas violeta en los laterales y verde bosque en el centro. 
    Los próximos días me voy a dedicar a las frutas propias del verano. Todavía no he comido Citrullus Lanatus pero creo que va a ser granate, tal vez con un poco de amarillo y jaspeada de gris perla. En breve os confirmaré si éstos son los colores de la sandia. 


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