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Diagnóstico: soberbia

Se había equivocado. No fue la ignorancia, fue la soberbia de saberse el mejor. Siempre había sido cuidadoso, meticuloso hasta rozar el absurdo. Precisamente estas manías constituían su mejor virtud pero… erró, y su error acabó con la vida de una inocente y con los sueños de la humanidad.
    Una única razón le había llevado a ello, la fama. Era el mejor, lo sabía y lo disfrutaba. Se regodeaba en el éxito que, tras años de duro trabajo, había logrado. Era el que todo conocía, aquel que había creado tanto, tan sabio que se le permitía hablar de todo, sentar cátedra y discutir con propios y extraños. Infalible e indiscutible.
    La oportunidad de alimentar aún más su ego se le presentó de la forma más inesperada. Una conexión en directo desde un programa famoso y con una audiencia fiel. Millones le verían y le oirían. 
    Un saludo en la distancia del brillante doctor era la condición. La consecuencia fue una muerte unos segundos. Un falso diagnóstico, una mala decisión y una gran cantidad de soberbia acabaron con la vida de Jana Starks, primera astronauta en viajar a Marte. 
    Los anhelos y las ansias de los humanos por conquistar el planeta rojo se diluyeron en una agonía trasmitida al mundo entero.
    Jana Starks había sido entrenada y preparada a lo largo de su vida para culminar esa hazaña de conquista. Se decidió que fuera sola a la misión. Ella iba a ser la pionera a la que otros seguirían.
    Su viaje a Marte fue seguido por los medios durante los meses que duró. Cuando su módulo amartizó toda la humanidad suspiró aliviada. La conquista estaba en marcha. Los primeros meses en Marte fueron tendencia. Cualquier persona que disponía de una pantalla observaba los primeros pasos de Jana. Sin embargo, la audiencia fue decayendo a medida que Jana se dedicaba más y más a la investigación.


    La brillante idea del productor del programa fue unir en la misma retransmisión a Jana y al Doctor. De hecho, sería maravilloso. La mayor eminencia mundial y la primera persona en pisar el planeta rojo. El productor se relamía pensando en el dinero que iba a generar aquello. Contaba que, debido al retardo en el establecimiento de la comunicación, crearía situaciones que la audiencia recordaría siempre. Sin embargo, una muerte es lo que queda de aquello.
    La conexión se estableció y desde el estudio dieron paso a la comunicación. La conversación cordial, la risa, el humor, alguna duda, curiosidad. Todo fluía con facilidad. Sin aviso, el Doctor formuló una pregunta sobre la salud de Jana. Le explicó que había detectado que su voz tenía una inflexión extraña, supuso que debido a la distancia en la comunicación o, tal vez, al polvo de Marte. La respuesta de Jana fue clara, se encontraba bien. Notaba un leve picor en la garganta que ella misma achacó al polvo marciano. 
    El Doctor no quiso perder la oportunidad de lucirse. ¿Un diagnóstico en la distancia? Sin duda, sería espectacular. Una oportunidad de alardear de aquellos aparatos de diagnosis que él mismo había diseñado y habían llegado tan lejos. Desde su cómoda posición en la butaca del estudio quiso un falso diagnóstico para su propio lucimiento. Eligió hacer uno inocuo para la astronauta, cualquier tontería que no tuviera ninguna relevancia. Su único objetivo era la admiración del público.
    Le pidió a Jana que se pusiera los sensores de diagnóstico en el brazo. El Doctor, sin desviar la mirada de la cámara, explicó que con un rápido vistazo de sus constantes vitales y una pequeña analítica, que tardaría escasos minutos, haría un diagnóstico certero. Incluso podría administrarle lo necesario para eliminar esa pequeña molestia en la garganta.
    Todo inocuo y simple. Jana sabía que no tenía nada y tenía la certeza de que el Doctor así lo confirmaría. El Doctor necesitaba sorprender a la audiencia. Dos minutos de espera y el Doctor anunció que había una anomalía que no se correspondía con una irritación de garganta debida al polvo. Probablemente se debiera a algún tipo de virus sin relevancia. Argumentó que quizás Jana lo portaba al salir de la Tierra y se había manifestado ahora, en cualquier caso, nada grave. Sonrió a cámara a la vez que la cara de Jana mudaba de color. Las alarmas saltaron en el centro de gestión del proyecto espacial. El protocolo se puso en marcha. No podía haber patógenos en Marte, no era viable. Marte debía permanecer limpio de virus para esperar la llegada de los nuevos colonos.
    Desde el centro de gestión se pulsó el botón, automáticamente el mismo brazalete que había permitido el diagnóstico inoculó lo que en apenas unos segundos mató a Jana. Nadie supo qué había pasado, nadie vio el pinchazo. Sólo pudieron ver la cara de Jana. Reflejaba todo el horror y todo el miedo que un rostro es capaz de mostrar. Vieron como Jana perdía la vida en un momento.
    Las reacciones no se hicieron esperar. Condolencias, lástima y felicitaciones. ¿Felicitaciones?. Sí, al Doctor. El comentario más extendido señalaba al Doctor como una eminencia que había detectado un virus a millones de kilómetros. Todos creían, sin ninguna fisura, que un virus había matado a Jana en directo. Nadie lo negó, no era necesario, nadie tenía que saber qué había pasado en realidad. Quedaba entre el Doctor y la Agencia Espacial.
    La fama del Doctor aumentó, no se hacía nada en medicina sin consultar con él, le agasajaban constantemente y nadie rebatía sus palabras. Sin embargo, no podía olvidar. Sabía que él era culpable, que un sueño de la humanidad se había truncado por su soberbia, que había matado a una persona por capricho, por su afán de notoriedad y que nunca iba a recuperarse de aquello. No lograría vivir en paz.

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