Nosia había desaparecido. Nadie la había visto en el lavadero en varias semanas. Las mismas semanas que habían pasado desde que en el valle comenzaron a oírse unos sonidos muy extraños al anochecer.
Otra norma, no escrita pero sagrada, era que las mujeres iban al lavadero los martes y los jueves. Allí entre jabones y ropas aligeraban sus espíritus de las pesadas cargas que tenían en casa. Era un trabajo arduo, en invierno pasaban mucho frio y casi siempre tenían las manos llenas de heridas. Sin embargo iban todas, no faltaba nunca ninguna o al menos así había sido hasta que unas semanas atrás Nosia no se había presentado con su colada, su sonrisa y su charla agradable.
En Arliz nadie se asustaba de los ruidos, sin embargo, aquel sonido era inquietante. Era bien conocido por todos que Arliz fue declarado maldito y a nadie le pasaba inadvertido el miedo que producía la mención del nombre en los alrededores.
Todo sucedió siglos atrás, cuando una antepasada de Nosia, de igual nombre, fue acusada de bruja. Sin demasiado miramiento fue quemada en la hoguera. Para escarmiento del pueblo su hoguera se prendió en presencia de todos los habitantes. Tan pronto como la agonía de la supuesta bruja acabó entre todos apresaron a los ejecutores y los apalearon. Les dejaron con las fuerzas justas para que regresaran a su lugar de origen. Ni que decir tiene que, inmediatamente, el pueblo fue declarado maldito.
A los habitantes de Arliz poco les importó. Vivían en un valle enorme con casas dispersas y, como no tenían que rendir pleitesía a ningún dios, vivían en paz. Se decretó como norma que cada tres meses se celebraría una fiesta en honor a la antepasada de Nosia. Musica, baile y comida. Siempre coincidiendo con los cambios de estación.
La extrañeza por su ausencia convirtió la labor de ese día en una tarea pesada y triste. El martes que no se presentó supusieron que estaba enferma y se preocuparon. El jueves dieron por hecho que no se habría recuperado. La siguiente semana empezaron a murmurar.
Casualmente desde el mismo día en que Nosia no se había presentado al lavadero, durante las noches, se empezaron a oír unos extraños ruidos que se dispersaban por todo el valle y que llegaban hasta la última de las casas. Eran unos sonidos metálicos, fuertes, que paraban y volvían a empezar de forma cíclica. Nunca habían oido nada semejante.
En el lavadero todo eran especulaciones, no sabían si la desaparición de Nosia estaba relacionada con el sonido que escuchaban. Lo que sí sabían era que desde hacía siglos era la primera vez que estaban asustados. El desconocimiento les inquietaba.
Kel, el marido de Nosia, trabajaba igual que tantos otros en los bosques de los alrededores. Todos sus compañeros incitados por sus mujeres le habían preguntado por Nosia y él, con una sonrisa en los labios, les contestó que estaba en casa. Se le veía cansado y tenía varios dedos morados y con heridas.
Se fueron extendiendo los rumores de que Kel escondía un secreto y de que el ruido que oían por las noches guardaba relación con la desaparición de Nosia. Faltaban dos días para la Fiesta de Otoño y todos deseaban que Nosia y Kel acudieran.
No, no asistieron. A lo largo de las siguientes noches el ruido era cada vez más elevado. Ya no era un único sonido, eran muchos sonando a la vez pero desacompasados. Aquello era el mayor misterio de toda la historia de Arliz. Nadie salía de casa y permanecían expectantes. La curiosidad y el miedo estaban extendiéndose entre los que oían el estruendo nocturno.
Varias semanas después de la desaparición de Nosia el lavadero era un autentico lamento. Kel decía que Nosia estaba en casa pero ellas no le habían visto y ese ruido todas las noches... demasiado para mantenerse impasibles.
Decidieron ir a casa a buscarles. No faltaba ni un habitante de Arliz. Los hombres armados por si Kel se resistía y las mujeres listas para arrancar a Nosia de las manos de Kel si era necesario. Esperaron al anochecer y, tan pronto como el sonido que todas las noches oían empezó, se dirigieron hacía el lugar del que procedía. El origen estaba en la casa de Kel y Nosia. Caminaron en silencio acompañados por el estruendo que había ido aumentando noche tras noche.
Al llegar a la casa la imagen que encontraron fue dantesca. El ruido era ensordecedor. Nosia tenía la ropa hecha jirones, la cara sucia y unas ojeras enormes adornaban su cara. Kel iba detrás de ella con un mazo en la mano, vestía su buzo de trabajo y su cara estaba desencajada por el cansancio. Toda la explanada era una maraña de máquinas extrañas de las que salía un ruido infernal, daban golpes, chirriaban, se oían borboteos. Un laberinto de tubos las mantenía conectadas entre sí.
Pasaron unos minutos hasta que Nosia y Kel se percataron de la llegada de sus vecinos. No les sorprendió que estuvieran allí, pero les habían estropeado la sorpresa. El ruido cesó de golpe y el valle cayó en un absoluto silencio. Despacio se acercaron a sus vecinos con una sonrisa en los labios y les pidieron que escucharan atentamente.
Hacía unos meses Kel había descubierto que su tía emigrada a America se había casado con Alva J. Fisher. El señor Fisher llevaba un tiempo trabajando en un invento que sería revolucionario aligerando el trabajo de las mujeres. La tía de Kel, acordándose de su sobrino y de Nosia, le había pedido los planos de su invento a su marido. Tardo muy poco en enviárselos a su sobrino. Tan pronto como Kel recibió la carta con las explicaciones y vio los planos, construyó lo que allí estaba diseñado y se lo enseñó a su mujer. Nosia fascinada le dijo que tenían que crear más, que aquello no debía quedarse para ellos, que había que compartirlo con todos los del valle. Aquello sí que era brujería de la buena. Esa era la razón de su desaparición, llevaban todo ese tiempo poniendo en marcha el invento que iba a revolucionar los hogares del valle... habían construido 17 lavadoras eléctricas.
NOTA ACLARATORIA:
Evidentemente la historia es absolutamente ficticia, el único dato real es que Alva J. Fisher fue quien diseñó la primera lavadora y la patentó en 1910. Este microrrelato es un homenaje a mi bisabuela que siempre decía que el mejor invento del siglo XX había sido la lavadora. No sé si tenía o no razón pero estoy convencida de que a las mujeres de su generación así se lo pareció.
Microrrelato creado para #polivulgadores de https://cafehypatia.wordpress.com/ #PVdíadelinventor
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