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De Ian Hacking a la “tasa rosa”

Con la lectura un cerebro puede hacer muchas cosas, soñar, pensar, reflexionar ¡quién sabe!.Me hallaba enfrascada en la lectura de las últimas clases de filosofía de la ciencia cuando, sin darme cuenta, hice unas anotaciones que me llevaron desde las construcciones sociales hasta la tasa rosa. 
    La secuencia lógica de mi cerebro empezó con el concepto “construcciones sociales” del filósofo canadiense Ian Hacking. Con estos términos se refiere a ciertos tipos de clasificaciones y agrupamientos que se aplican sobre sujetos, objetos y experiencias. Su análisis parte de detectar discursos sociales que den por supuesto la existencia  de estas clasificaciones. Su crítica consiste en determinar que dicha clasificación es contingente, que es producto de una historia social, y que estas clasificaciones interactúan con la realidad social. 
    ¿Son la raza y el género categorías naturales? Desde mi punto de vista, si lo fueran, su definición  se hubiera mantenido inamovible a lo largo de la historia. Sin embargo, ambas categorías han evolucionado conforme lo han hecho la ciencia y la sociedad.
    Si los criterios de Hacking son ciertos y existen géneros o clases, pero son interactivos, significa que las personas podemos conocer las características que nos colocan en estas categorías y modificar aquellas que, irrevocablemente, nos clasifican. 
    En ese momento recordé que en el libro de Tom Wolfe, “Todo un hombre” uno de los personajes, “Roger White II” abogado afroamericano, en el transcurso de la novela cambia sus gestos y su manera de hablar para hacerla “más o menos negra” en función del momento en el que se encuentre. El personaje parece tener claro cuál es la caracterización social de la que forma parte y, para escapar de ella, elimina aquellos rasgos que le identifican como parte de una categoría social no deseable en su entorno. La conclusión es que si alguien es capaz de modificar su conducta para ajustarse a sus intereses y los de su entorno, sí existen esas categorías de las que Hacking habla y no son naturales. 
    Este recuerdo de la novela puso la siguiente cuestión en mi cabeza, ¿podemos escapar de estas construcciones sociales y ser agentes de nuestra propia vida? ¿Podemos dejar de pertenecer a la categoría que la sociedad dicta? En especial la cuestión me llevó a la caracterización de la mujer en la sociedad en el último siglo buscando confirmar si el género y sus características son naturales.
Creación propia.

    En la Segunda Guerra Mundial la mujer era necesaria en el trabajo, especialmente en la industria manufacturera. Sin embargo, tras acabar la guerra, las mujeres retornaron a su papel de amas de casa. Justo en ese momento, en el año 1949, es cuando aparece el libro “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir, con una crítica clara a que el papel de la mujer se limite a casarse y ser madre. La posibilidad de una carrera profesional queda cercenada bajo esta clasificación. Es lo masculino lo que dicta la norma y lo femenino se diferencia por oposición, se elimina la entidad misma de la mujer y la pone en una posición de subordinación respecto al hombre ya que se establece una caracterización desde lo masculino. Volvemos a encontrarnos con que la contingencia social y el cambio tras la guerra provocan un retroceso en la caracterización de la mujer. De nuevo la categoría y sus características emanan de la sociedad.
    ¿Dónde queda la individualidad y el deseo de desarrollo personal? En 1963 Betty Friedan, en “La mística de la feminidad”, explica que hay “un problema sin nombre” que provoca que las mujeres mantengan unos roles tradicionales que no les dejan desarrollarse y que desembocan en la infelicidad. La solución, la igualdad. Para lograrla tanto hombres como mujeres deben luchar juntos. En definitiva, que son los agentes sociales los que tienen en su mano eliminar estos roles que perviven. 
    En la década de los ochenta del pasado siglo, algunas corrientes pusieron en duda el concepto dicotómico de identidad de género. Lo que nos lleva a que la caracterización tradicional se empezara a cuestionar. El criterio dicotómico existente de oposición entre hombre y mujer se empezaba a cuestionar.
Tras esta crítica y, pensando que se había incorporado al pensamiento hace casi 50 años, me pregunté ¿por qué socialmente todavía existe esa dicotomía entre hombres y mujeres? 
    Me acordé de todos los anuncios que están dirigidos a mujeres en los que se establecen ciertas características diferenciales que perduran desde tiempos inmemoriales.
    Me di cuenta de que se venden productos para mujeres creados con una marcada diferenciación con respecto a otros productos similares creados para hombres. El criterio de segmentación se basa en unas características atribuidas a la mujeres. ¿Dicotomía en el mercado y en la sociedad?
    Lo que el mercado refleja es fruto de lo que la sociedad es y lo que la sociedad demanda. Me topé con el marketing de género, basado en los estereotipos que imperan en la sociedad actual. Una segmentación de mercado se debe basar en la existencia de características diferenciales que marcan el segmento. Si el marketing identifica a las mujeres como un segmento ¿seguimos dentro de un modelo dicotómico? 
    Tras analizar un par de anuncios apareció la “tasa rosa”. Dicha tasa consiste en que el mismo producto tenga un precio mayor si el usuario final es una mujer. El uso del color rosa y apelar a la delicadeza o, precisamente, a la diferencia entre hombres y mujeres es lo que pretende poner en valor la existencia de estos productos. ¿Por qué decidimos permitir esta diferencia en los precios? ¿En base a qué se perpetúa la caracterización diferencial de la mujer? 
    La sociedad sigue manteniendo en su interior clasificaciones que deberían estar abandonadas hace mucho tiempo y que, desde mi punto de vista, son eso, meras construcciones sociales que se han perpetuado y que habrá que luchar por eliminar.
 
Referencias 


 

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May the ´Darth´ side of the Science be with you.