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Todo el mundo tiene uno

Imaginad por un momento que me he convertido en una eminencia mundial en genética y que, de casualidad, buscando una cura para el cancer, he descubierto el secreto de la vida eterna y cómo lograrla. ¿Qué hago? ¿Me lo guardo para mí? ¿Lo doy a conocer y gano el premio Nobel? No tengo una respuesta. 
    La primera razón es que las especulaciones sobre algo que no va a suceder llevan asociadas caminos que en la vida no discurren y la segunda, es que hay demasiadas implicaciones sociales en ello. Además, los criterios morales son como los culos, todo el mundo tiene uno.
    Ahora que os he presentado la situación vamos a hablar de lo que los y las científicas pueden, deben o quieren hacer frente a situaciones extremas. Hablemos de guerra.
    No vamos a decidir quién es bueno y quién es malo, sino que hay contendientes y cada uno de ellos tiene un contexto, unos conocimientos y, por supuesto, unos intereses. A todo esto podemos añadir que mantenerse al margen no siempre es posible. 
    El siglo XX se caracteriza por tener en su haber dos guerras mundiales. ¿Cómo se enfrentaron los científicos a estas contiendas? ¿Ganaron sus criterios morales o su afán científico? ¿Soberbia o conveniencia?

La ciencia avanza que es una barbaridad

    Desde finales del siglo XIX la ciencia y la tecnología avanzaban a un ritmo que no se había visto antes. Tuve la suerte de conocer a mi bisabuela (1898-1987) y ella misma se maravillaba de lo que había conocido durante sus casi 90 años de vida.
    Vamos a ponernos en contexto. Durante el siglo XIX y principios del XX, la ciencia había dejado de ser una cosa de alquimistas que se manejaban de forma independiente en sus laboratorios y, gracias a la divulgación, a las exposiciones universales y al surgimiento de instituciones científicas se había convertido en un agente social más. Los premios Nobel estaban de moda y la ciencia gozaba de interés por parte del público. Bueno, la ciencia y los que hacían la ciencia (que no se hace sola hay que hacerla).

Imagen propia

    En estas andaban cuando, sin comerlo ni beberlo, llegó la Primera Guerra Mundial. ¿Quién tuvo la culpa? ¡Vaya usted a saber! Sin embargo, además de la muerte, destrucción y caos que una guerra genera también la ciencia se vio involucrada.

    Los avances siempre tienen múltiples aplicaciones y la guerra es un escenario más de ellos. Hablo de gases, bombas, medicamentos y armamentos mecánicos. Así que, acompañando a la guerra, se desarrolló un importante avance tecnológico. Las batallas no eran únicamente entre soldados. Los centros de investigación también eran contrincantes en la guerra. Con mayor o menor fortuna buscaban formas de crear armas para atacar y mermar al enemigo y defensas para mantener a salvo a los suyos. 

    Los científicos no viven aislados de la sociedad, son parte de ella y tienen la capacidad de cambiarla. ¿Qué responsabilidad les podemos atribuir en los males de la guerra? Sería bastante sencillo decir que si han inventado un gas químico que se ha usado en los campos de batalla tienen la culpa, pero ¿qué hay detrás? 

    La investigación no se hace a distancia de la sociedad, se hace junto con otros y, normalmente, bajo el amparo de alguna institución. 

    En aquel momento Alemania tenía mucho prestigio, a los científicos se les mimaba y ellos se dejaban querer. La cosa iba tan bien que los científicos europeos y los americanos estaban a partir un piñón. Un ejemplo puede ser la primera reunión Solvay en 1911. Los Nobel ayudaban con piques entre ellos y, por supuesto, pertenecer a alguno de los magníficos clubes existentes les hacía pensar que eran la crème de la crème.

Reunión de Solvay en 1911 (dominio público)

    Claro que incluso entre los que comparten estudios las cosas se pueden torcer. Tenemos a británicos y franceses que, si bien querían conquistar y dominar el mundo, su interés era comercial o civilizador. ¡Ay! Pero nuestros amigos alemanes querían un imperio. En Estados Unidos eran muy admirados y, por su parte, Alemania admiraba la capacidad de iniciativa y creación industrial americana. Si me preguntáis a mí,  diría que tenían el guapo subido en cuanto a conocimiento.

    Pues en esas estaban cuando la guerra empezó. Y la estructura de dominio de Europa se fue al traste en los años sucesivos.

    La guerra debía ser corta y no lo fue. La ciencia y los científicos ocupaban una posición predominante en la sociedad y fueron los primeros en involucrarse en las valoraciones. ¿Soberbia? Tal vez. En la guerra la tecnología es muy importante, si tenemos en cuenta que la dedicación científica y algunos inventos están relacionados con la posibilidad de mejorar la posición en un conflicto, es sencillo que entraran en valoraciones más allá de sus conocimientos como científicos.

    ¿Era necesario? Como humanos es normal que nos posicionemos frente a un conflicto. Ser científico no implica tener unos valores por encima de los del resto, no hace a una persona mejor o peor. Es posible que en el imaginario colectivo se les perciba como superiores en conocimiento y en moralidad pero no creo vayan unidas. 

    En Alemania el patriotismo creció de forma brutal. Ante esta situación los científicos alemanes pensaron que era momento de elevar sus voces. Sin embargo no pretendían parar el conflicto, sus intenciones eran las de convencer a los países neutrales de que el conflicto era legítimo y que debían mostrar apoyo a Alemania. El instrumento elegido fue una carta que llevaba el título de “To the civilized world”.

    El contenido de dicha carta explicaba que se debía poner la cultura, la ciencia y la patria en línea. ¿Tiene algún sentido esto? La ciencia y la cultura, aunque surgen dentro de la sociedad y tienen una relación de influjo mutuo, no deberían formar parte de los delirios patrios de nadie. La ciencia, desde mi punto de vista, debe ser universal, por lo tanto ese apoyo no tiene sentido salvo que el objetivo de los científicos alemanes fuera la de mantenerse como élite. Tal vez un llamamiento a un entendimiento entre las naciones en conflicto hubiera sido más productivo. Sin embargo, me da la impresión de que la creencia en su superioridad científica y social les hizo participes del enfrentamiento de forma directa. 

    El contrapunto a tal despropósito lo puso el británico William Ramsey, que publicó en Nature, una carta que comenzaba con estas palabras:

“Lord Rosebery, el 1 de marzo de 1893, hablando en la Royal Colonial Institute, dijo: “tenemos que recordar que es parte de nuestra responsabilidad y herencia cuidar que el mundo, en la medida en la que podamos moldearlo, se convierta en anglosajón, y no en otro personaje”

    Elocuente, ¿verdad? La clave es que desde la interpretación de Ramsey, lo anglosajón respeta los derechos de los vecinos, trata con equidad, justicia, bla, bla, bla. Tenemos a hombres de ciencia entrando en valoraciones de conceptos de estado y la relación de éste con la sociedad. ¿Esta lucha entre conceptos era necesaria para justificar una guerra? O tal vez, ¿la guerra dio la oportunidad de plantar cara a aquellos científicos alemanes que, claramente, contaban con superioridad en el mundo?. ¿Era necesario que quisieran extender la superioridad científica a lo político? Lamentablemente uno de los males de la ciencia es que está hecha por humanos que viven en sociedad y a los que las decisiones políticas les influyen. 

    Este conflicto más allá de la guerra dio lugar a la reorganización de la ciencia y sus instituciones. 

Si vis pacem, para bellum. (Vegecio)

    La ciencia es relevante en la guerra, pero en la paz, también. Nadie duda de que la guerra implica avance tecnológico así que ¿por qué no usar su impulso para avanzar?. El conflicto se convirtió en una lucha de ciencia contra ciencia, inventos de unos contra inventos de otros. ¿Hubiera ocurrido de no haber existido un posicionamiento claro por parte de los científicos? Como respuesta solo tengo especulaciones. Es evidente que no se podían negar a colaborar en avances científicos, en creación de tecnología, pero y ¿si hubieran dejado de lado sus ideales politicos?. Pensamos que los politicos no tienen ni idea de ciencia y que sus decisiones son malas en lo que a inversión o apoyo se refiere. ¿Pasa lo mismo con los cientificos? Si me preguntáis a mí diría que una mera lucha de poder en lo científico no se debería convertir en lucha política entre estados. Así que creo que los cientificos de todos los bandos se comportaron irresponsablemente con su intención de influir en los derroteros de la guerra. 

    Lo relevante es que a partir del final de la guerra, los científicos y los estados trabajaron juntos durante el periodo de paz. Parece que preveían que fuera corto.

    Creo que ese fue el momento en el que el concepto de guerra cambió y posiblemente el de ciencia también. A partir de ese momento la ciudadanía modificó su percepción de la ciencia viéndola como peligrosa y violenta.

Física de lo que no vemos

    No todo a comienzos del siglo XX fue química, también había radiactividad y fue precisamente ésta la que jugó un papel relevante en la Segunda Guerra Mundial. A todos y todas las cientifícas les gusta descubrir cosas así.  Marie Curie andaba con el radio y la radiactividad natural, unos años más tarde, su hija junto con su marido, se encargaron de obtenerla de forma artificial. 

    Más o menos por la misma época Lise Meitner y Otto Hahn andaban estudiando la materia y debieron de pensar: “¿qué es la vida sin bombardear?”. Así que se dedicaron a realizar experimentos sometiendo la materia a bombardeos, primero con radiación, y posteriormente con los neutrones descubiertos por James Chadwick. Con sus investigaciones y, poco antes de comenzar la guerra, tenían en sus manos la fisión y lo que posteriormente se llamaría “reacción en cadena”.

    Aunque Lise abandonó Alemania, ella y Otto siguieron en contacto. Hahn, igual que otros muchos durante el periodo Nazi, se mantuvo al margen y no se pronunciaron. ¿Por qué no lo hicieron? Es posible que la experiencia en la Primera Guerra Mundial les llevara a no elevar la voz y mantenerse dentro del margen de la ciencia exclusivamente. Sin embargo, la situación hubiera exigido algún tipo de reacción. Como prueba de su inacción, tenemos una carta de Lise Meitner que no llegó a enviar, en la que le reprocha a Hahn no haberse pronunciado. 

    Los trabajos de Otto Hahn no pasaron desapercibidos para el resto de los científicos ya que sus conocimientos sobre fisión podían ser usados para crear armas más letales. Los nazis hablaban del arma definitiva, Wunderwaffe, y los científicos judíos que habían sido expulsados de Alemania no quitaban ojo a lo que Hahn hacía.

Imagen propia 

    Si tenemos en cuenta la cantidad de científicos que habían huido de Alemania y que conocían los trabajos de Hahn, es normal que se preocuparan y que transmitieran sus miedos a los correspondientes estados. Tras unos cuantos proyectos, en Estados Unidos, se concretó el conocido como “Proyecto Manhattan”.

    En este caso fueron los científicos los que trabajaron a las órdenes del gobierno y de los militares. Aunque no había un presupuesto asignado se considera como el primer proyecto de Big Science.  

    Cada uno por su lado seguía con sus investigaciones, pero ese arma “grandiosa” que Alemania anunciaba no llegaba. Mientras, en el proyecto Manhattan trabajaban algunos científicos que os sonaran como Robert Oppenheimer y Richard P. Feynman.

    La guerra terminó y el planteamiento era sencillo, Alemania no había conseguido la bomba nuclear a pesar de haber investigado con el “agua pesada” y Estados Unidos, sí lo había conseguido. El único combatiente que quedaba en pie era Japón. ¿Qué hacer?

    En ese momento uno de los científicos que había puesto en marcha el proyecto, Leo Szilar, puso en la palestra la responsabilidad moral a la hora de usar determinadas formas de actuación científica. Al comienzo de la guerra consideró el proyecto como una oportunidad para eliminar a Hitler. Con Hitler eliminado de la ecuación el uso de la bomba abría de par en par las puertas a la carrera armamentística. Hubo un informe elaborado por James Frank con la colaboración de Szilar que advertía de las consecuencias del uso de un arma contra la que nada puede. 


Científicos del proyecto Manhattan (dominio público)

    La bomba se lanzó. En realidad fueron dos bombas sobre Hiroshima y sobre Nagasaki. A partir de ahí la carrera armamentística continuó con la Guerra Fría. Armamento nuclear.  Ni más ni menos. Era el comienzo de la tan oída frase “la cuarta guerra mundial se hará con palos”.
    Como os decía al comienzo de la entrada, la ciencia tiene su parte humana y los humanos no somos de fiar. Nuestro egoísmo, nuestros propios intereses, siempre estarán en nuestra mente y, hacer ciencia, no los va a eliminar. 
    Hablamos de Big Science, así que si cogemos un proyecto como puede ser la bomba atómica y a cada grupo se le pide completar una parte desconociendo el proyecto completo, es fácil llegar a proyectos de destrucción masiva. ¿Es responsabilidad de cada uno decidir si participa en un proyecto o en una investigación si de ello pueden derivar armas o cualquier elemento que pueda ser usado para provocar daño? Es una cuestión muy compleja a la hora de dedicir. Cuando hablamos de Big Science hablamos de la ciencia en la que están involucradas muchas personas, en la que un avance o una nueva forma de conocimiento puede usarse para multiples fines. Hablamos de responsabilidad moral. 
    Imaginad lo que ha supuesto para la humanidad el conocimiento del genoma, tal conocimiento se puede utilizar para crear y también para destruir ¿quién pone el límite? En ocasiones son los estados los que ponen leyes para limitar el uso de determinadas técnicas o información, pero y ¿los que no lo hacen?

Hace unos años leí el libro “¿Está usted de broma, Sr. Feynman? y me llamó la atención que, a pesar de que Feynman estaba trabajando en el proyecto Manhattan, no encontré en el libro ninguna referencia al daño que aquello podía causar. Me pareció curioso, aunque supuse que se trataba de desconocimiento por parte de los que allí estaban. Sin embargo actualmente yo tengo toda la información sobre lo que el proyecto Manhattan supuso.

    Desde la lucha con palos y piedras hasta la actualidad la forma de guerrear ha cambiado mucho. Ha ido ganando distancia, de pelear cuerpo a cuerpo se ha pasado a una guerra química, física y cada vez a mayor distancia. Siempre dicen que matar es más fácil si el enemigo no está identificado y si no se mira a los ojos de la víctima. Pensad en drones.

    Para acabar con esta entrada de caos, destrucción y moral os dejo la definición de ciencia que más curiosa me parece y, que en este contexto, es la más adecuada.


   “La ciencia es todo aquello con capacidad para destruir el mundo” 

                    Alberto Márquez (@twalmar)


Referencias: 

Primera Guerra Mundial

Ciencia y guerra

Tecnología durante la Primera Guerra Mundial

Apuntes de Javier Ordóñez Rodríguez (Profesor del Master de Cultura Científica de la UPNA)



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