Nuestra sociedad arrastra desde hace muchos años un problema grave para las mujeres, la invisibilidad. En algunos ámbitos este hecho se hace más agudo y, en concreto, en el campo de la medicina, como pacientes, esta situación se convierte en un asunto delicado ya que las consecuencias afectan directamente a nuestra salud.
Nuestro bienestar físico depende tanto de factores psicosociales como de factores orgánicos. Las mujeres, olvidadas por la medicina, nos exponemos a situaciones en las que nuestra salud y nuestras diferencias orgánicas pueden ser obviadas e, incluso, menospreciadas en favor de una diagnosis generalista. De forma habitual estos diagnósticos no tienen en cuenta nuestro hecho diferencial. El desconocimiento o la indiferencia hacía esta diferencia entre géneros es fácilmente identificable en la medicina.
Síntomas relativos
Al acudir a una consulta médica, la primera manifestación de esta invisibilidad se produce al describir los síntomas. Al no haberse realizado estudios específicos teniendo en consideración que los síntomas de una enfermedad cursan de forma distinta en mujeres que en hombres, muchas patologías pueden tener una detección tardía al no coincidir con los síntomas generalistas asociados a cada enfermedad. Los síntomas son y se perciben de forma diferente entre hombres y mujeres.Posteriormente esta invisibilidad se manifiesta en la diagnosis. Ante una mujer, en muchas ocasiones, los síntomas especificados por ésta suelen ser atribuidos de forma directa a factores como la edad o los cambios hormonales dándoles un matiz de irrelevancia.
A lo largo de la historia las investigaciones médicas han tenido como objeto de estudio a los hombres por lo que los síntomas asociados a cada patología no hacen distinción entre género. Son generalistas y se espera que todos los organismos independientemente de su género tengan síntomas similares y diagnósticos claros.
Un ejemplo que ilustra la relación entre género, síntomas y patología es el caso de los infartos. Ante una mujer que presenta dolor en el estómago, es fácil asumir que es síntoma de una úlcera o, tal vez, de una mala digestión. Sin embargo, es posible que se trate de un infarto. Se asume que los infartos provocan dolor en el pecho y en el brazo izquierdo pero no en las mujeres, cuyos síntomas suelen confundirse con dolor de estómago. Esta generalización basada en la fisiología masculina provoca que los síntomas, que las mujeres presentan cuando determinadas enfermedades cursan en ellas, puedan fácilmente ser tomadas por otra cosa y de esta forma establecer un diagnóstico erróneo. Existe una probabilidad muy alta de que esta situación pueda desembocar en un agravamiento del estado de salud de la paciente.
En el momento de presentar el diagnóstico, éste debería hacerse de forma diferencial. En muchas ocasiones los síntomas que puede presentar una mujer se analizan bajo la perspectiva general sobre la que se han realizado estudios y la mayor parte de ellos tiene como sujetos de la investigación a hombres. Las mujeres hemos sido las olvidadas en este aspecto y, por ello, las patologías que podemos padecer no cuentan con la posibilidad de ser analizadas en base a las diferencias orgánicas entre hombres y mujeres. Es la investigación científica la que tiene que dar un impulso a la realización de estudios de morbilidad que aporten datos que permitan diagnosticar y tratar a las mujeres. Hasta ahora, mayoritariamente se han realizado estudios que se aplican de forma universal, sin atender a la diversidad sea cual sea.
Sin diagnóstico diferencial
Buena parte de los síntomas que una mujer puede describir se pueden corresponder a varias patologías. Sin embargo, en muchas ocasiones, son directamente achacadas a cambios hormonales debidos a la menstruación o la ausencia de ella. Lo habitual es que nosotras mismas al encontrarnos mal pensemos en aspectos relacionados con nuestra condición de mujeres, por lo tanto es fácil que una patología grave sea tratada como “molestias propias de las mujeres”.
Normalmente ante el cansancio, la fatiga, la depresión o el malestar hemos interiorizado que son nuestras hormonas las causantes por lo que, en ocasiones, se retrasa el diagnóstico de problemas que pueden poner en riesgo nuestra salud. De manera equivocada se entiende que el umbral del dolor en las mujeres es mayor que el de los hombres, por lo que se dan muchos casos en los que aguantar el dolor se convierte en el único tratamiento, junto con la prescripción de una elevada cantidad de analgésicos.
A la hora de determinar las afecciones de una mujer, y ante la imposibilidad o el desconocimiento de encajarlas dentro del listado de síntomas atribuibles a una determinada patología, se abusa de establecer procesos psicosomáticos como causantes de los síntomas. Mientras que ante estos mismos síntomas, en un hombre se busca una patología clara que explique su aparición. Probablemente el motivo de esta situación se deba a que a la hora de estudiar y describir la evolución humana, no se ha tenido en cuenta la distinción de géneros y no se ha considerado el funcionamiento del cuerpo de la mujer, tanto por desconocimiento como por desinterés.
A la hora de determinar las afecciones de una mujer, y ante la imposibilidad o el desconocimiento de encajarlas dentro del listado de síntomas atribuibles a una determinada patología, se abusa de establecer procesos psicosomáticos como causantes de los síntomas. Mientras que ante estos mismos síntomas, en un hombre se busca una patología clara que explique su aparición. Probablemente el motivo de esta situación se deba a que a la hora de estudiar y describir la evolución humana, no se ha tenido en cuenta la distinción de géneros y no se ha considerado el funcionamiento del cuerpo de la mujer, tanto por desconocimiento como por desinterés.
Para ejemplificar una de estas situaciones, me gustaría contaros una experiencia médica propia. Con aproximadamente 20 años acudí al médico porque mis pupilas no tenían el mismo tamaño, no sé si era un problema anterior o había aparecido en ese momento. Me miraron la vista y me dijeron que era psicosomático. Años después supe que, posiblemente, se trataba del síndrome de Adie, nada grave pero que no me permite ver con claridad. Supongo que en el momento en el que me presenté en la consulta, una chica joven y que acudía sola, los prejuicios asomaron por la puerta y como, en apariencia, el problema era leve, no se molestaron más.
Referencias:
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