Si alguien me pregunta por el conocimiento le diré que surge de la necesidad de sobrevivir. Si ahonda un poco más y me pregunta sobre esta afirmación, le explicaré que la necesidad de sobrevivir surge de la circunstancia, el contexto, el entorno o, lo que es lo mismo, del espacio-tiempo. Todo lo que somos y conocemos lo es en un espacio-tiempo. La historia personal o general, que es la suma e interacción de todas las historias personales, se generan en un espacio-tiempo.
La historia para mí, es la medida del tiempo en hechos. Los seres humanos vivimos anclados en un tiempo en el que distinguimos un momento de otro basándonos en circunstancias o sucesos diferentes.
La historia para mí, es la medida del tiempo en hechos. Los seres humanos vivimos anclados en un tiempo en el que distinguimos un momento de otro basándonos en circunstancias o sucesos diferentes.
El contexto en el que vivimos y conocemos, viene determinado temporalmente por la historia y es esa historia la que hace que nuestro conocimiento y cómo se desarrolla, varíe. Somos seres temporales y, además, con una temporalidad efímera que está determinada por lo que Ortega y Gasset definía como: “ yo soy yo y mi circunstancia”. Así que no me queda otra que admitir que a la hora de aprender y de trasmitir conocimientos serán el espacio y el tiempo los que determinen qué conoceré y que comunicaré.
Si hablamos de epistemología bien entendida como la rama de la filosofía que estudia el conocimiento científico, su naturaleza, posibilidad, alcance y fundamentos, bien entendida como la teoría general del conocimiento entonces debe existir una epistemología histórica. El conocimiento parte de un contexto, no surge de la nada ni es abstracto, no es perdurable ni inmutable y es, precisamente esto, lo que hace que dependa y deba ser estudiado de forma histórica.
Me resulta complejo entender el estudio del conocimiento sin un contexto. Es posible que haya algunas partes de la epistemología que no hayan variado a lo largo de la historia como puede ser la curiosidad del ser humano pero, incluso hacia aquello que sentimos necesidad de descubrir o comprender, estamos determinados por las circunstancias.
Me viene a la mente algo que he oído en muchas ocasiones y que, precisamente, indica que la forma de conocer y pensar cambia. En muchas ocasiones escucho la frase: “si hubieras nacido en la Edad Media te habrían quemado por bruja” haciendo referencia a mi forma de ver el mundo. Siempre respondo que si hubiera vivido en la Edad Media, no habría sabido lo que sé, ni hubiera pensado como pienso. Mi comprensión del mundo y mi forma de entenderlo estarían determinados por lo que pudiera captar del entorno. Un entorno en el que la transmisión de conocimiento estaba dirigida a unos pocos, en la que estaba vetada a las mujeres, en el que la religión mediaba en la vida y en el que no hubiera sido participe ni de la sociedad ni del conocimiento. Por lo tanto, el conocimiento no vive aislado y, puesto que los humanos somos los que lo creamos y lo trasmitimos, no es posible eliminar el contexto de ese proceso.
Si pensamos en cómo se ha desarrollado la comprensión del mundo a lo largo de la historia que conocemos, partimos de explicaciones basadas en deidades para pasar a mitos y continuar con el logos para posteriormente caminar por revoluciones científicas, industriales y tecnológicas que han modificado a los humanos y que han conformado el conocimiento.
Yo soy lo que soy por mis experiencias. Mi cultura lo es porque ha tenido un proceso histórico en el que se ha formado. Mi conocimiento tiene historia, lo que yo entiendo por conocimiento ha surgido de cómo he actuado cognitivamente, de cuáles han sido los resultados de ese proceso y de que la noción de conocimiento que poseo es la que corresponde a mi tiempo y, por extensión, al momento histórico de mi sociedad.
Todo lo que gestiono, todo lo que es, todo lo que conozco, procede de mis propias experiencias que, evidentemente, están inmersas en la cultura que me rodea. La cultura es cambiante, se modifica a lo largo de la historia y sus valores van cambiando. Lo que yo sé procede de lo que mi cultura sabe del mundo, de cómo me han enseñado, de cómo he aprendido y de cómo pongo en práctica todo ese conocimiento que tengo. Si ese proceso es generalizado y afecta de forma directa al conocimiento se verá influido por la historia y, a su vez, influirá en la historia. Lo que me lleva a concluir que existe un binomio indisoluble entre el conocimiento y la historia.
Si hablamos de epistemología bien entendida como la rama de la filosofía que estudia el conocimiento científico, su naturaleza, posibilidad, alcance y fundamentos, bien entendida como la teoría general del conocimiento entonces debe existir una epistemología histórica. El conocimiento parte de un contexto, no surge de la nada ni es abstracto, no es perdurable ni inmutable y es, precisamente esto, lo que hace que dependa y deba ser estudiado de forma histórica.
Me resulta complejo entender el estudio del conocimiento sin un contexto. Es posible que haya algunas partes de la epistemología que no hayan variado a lo largo de la historia como puede ser la curiosidad del ser humano pero, incluso hacia aquello que sentimos necesidad de descubrir o comprender, estamos determinados por las circunstancias.
Me viene a la mente algo que he oído en muchas ocasiones y que, precisamente, indica que la forma de conocer y pensar cambia. En muchas ocasiones escucho la frase: “si hubieras nacido en la Edad Media te habrían quemado por bruja” haciendo referencia a mi forma de ver el mundo. Siempre respondo que si hubiera vivido en la Edad Media, no habría sabido lo que sé, ni hubiera pensado como pienso. Mi comprensión del mundo y mi forma de entenderlo estarían determinados por lo que pudiera captar del entorno. Un entorno en el que la transmisión de conocimiento estaba dirigida a unos pocos, en la que estaba vetada a las mujeres, en el que la religión mediaba en la vida y en el que no hubiera sido participe ni de la sociedad ni del conocimiento. Por lo tanto, el conocimiento no vive aislado y, puesto que los humanos somos los que lo creamos y lo trasmitimos, no es posible eliminar el contexto de ese proceso.
Si pensamos en cómo se ha desarrollado la comprensión del mundo a lo largo de la historia que conocemos, partimos de explicaciones basadas en deidades para pasar a mitos y continuar con el logos para posteriormente caminar por revoluciones científicas, industriales y tecnológicas que han modificado a los humanos y que han conformado el conocimiento.
Yo soy lo que soy por mis experiencias. Mi cultura lo es porque ha tenido un proceso histórico en el que se ha formado. Mi conocimiento tiene historia, lo que yo entiendo por conocimiento ha surgido de cómo he actuado cognitivamente, de cuáles han sido los resultados de ese proceso y de que la noción de conocimiento que poseo es la que corresponde a mi tiempo y, por extensión, al momento histórico de mi sociedad.
Todo lo que gestiono, todo lo que es, todo lo que conozco, procede de mis propias experiencias que, evidentemente, están inmersas en la cultura que me rodea. La cultura es cambiante, se modifica a lo largo de la historia y sus valores van cambiando. Lo que yo sé procede de lo que mi cultura sabe del mundo, de cómo me han enseñado, de cómo he aprendido y de cómo pongo en práctica todo ese conocimiento que tengo. Si ese proceso es generalizado y afecta de forma directa al conocimiento se verá influido por la historia y, a su vez, influirá en la historia. Lo que me lleva a concluir que existe un binomio indisoluble entre el conocimiento y la historia.
Referencias:
Apuntes de Julián Pacho García (Máster de Cultura Científica de la UPNA)
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