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El buen ancestro

Vivimos rápido, actuamos rápido y, sin embargo, algunos aspectos de nuestra vida o de nuestra convivencia social son muy lentos. Para entender a lo que me refiero podemos pensar en la política. Ésta suele ser una experta en ralentizar cualquier proceso salvo aquellos de los que obtendrá algún rendimiento a corto plazo. Por no hablar de la ciencia que también tiene sus periodos, legislación e intereses que hacen que transcurra un largo periodo de tiempo desde que se pone en marcha una investigación hasta que la sociedad ve sus resultados y su aplicación.

    Vivimos atrapados en el tiempo lo curioso es que, a pesar de vivir rápido, no siempre somos capaces de adaptarnos. Los cambios se generan a tal velocidad que, en muchas ocasiones, ni siquiera hemos sido capaces de implementar una aplicación cuando ya está en marcha la siguiente. 

    El modo de discurrir de nuestra sociedad hace que nos olvidemos del futuro y de lo que puede ocurrir más allá de lo que nuestra velocidad de circulación por la vida nos permite comprender. Anticiparse a algo cuando se va rápido no suele ser una tarea fácil.

    Una de las razones es que, al estar inmersos en esta vorágine, es imposible detenerse y pensar. Por tanto no somos capaces de identificar o de señalar claramente cuáles van a ser las situaciones, el entorno o las contingencias en un futuro a medio plazo. A todo lo anterior añadiría que, motivados por nuestro egoísmo, no tenemos en cuenta cuáles van a ser las consecuencias de nuestros actos presentes en las generaciones futuras.


Correr sin más.

    Roman Krznaric en su charla, ¿Cómo ser un buen antepasado? pone el foco de interés en el futuro, pero no en el futuro que nos espera, sino en aquel que ya hemos decidido colonizar con nuestras acciones. Esta colonización supone que no tenemos un pensamiento sobre lo que vendrá y que la distancia temporal que percibimos nos permite no pensar en ello. No entendemos el daño ecológico y tecnológico que estamos causando, sabemos que tenemos un tiempo de estancia limitado y nos preocupamos del aquí y el ahora. Lo que quede para el futuro no nos importa, allí no hay nadie, todavía.

    Los habitantes futuros no tienen representación en nuestra sociedad y por eso no tienen poder de decisión. No tenemos en cuenta a los seres humanos que esperamos que nazcan en las generaciones futuras así como tampoco tenemos en cuenta lo que hemos heredado de nuestros antepasados. 

    En general la sociedad no se plantea convertirse en un buen ancestro. En las últimas décadas ha surgido un movimiento, al que Roman Krznaric denomina rebeldes del tiempo, y que están definidos en un movimiento japonés denominado Diseño futuro cuyo objetivo es superar la visión cortoplacista que tenemos en Occidente. Se basa en un modelo de toma de decisiones conocido como  la séptima generación que practican comunidades aborígenes en Estados Unidos. Su funcionamiento consiste en crear dos grupos, un grupo presente y un grupo futuro, a la hora de tomar decisiones y planificar el futuro. La intención es que las medidas que tome el grupo presente sean valoradas por el grupo futuro teniendo en cuenta cómo inciden las medidas que se toman en la actualidad sobre el futuro. Se trata de pensar a largo plazo y no dejar desamparadas a las generaciones venideras y para poder lograrlo es necesario ampliar nuestra visión y nuestro horizonte temporal.

    Sobrevivir, he ahí la cuestión. Tenemos que aprender de las especies que han sobrevivido a lo largo de miles de generaciones y han prosperado. Para ello no se han limitado a existir sino que además han cuidado el entorno y su descendencia. A los humanos, que nos creemos más que nadie y que nada, se nos está escapando esta premisa de supervivencia. Sin esforzarnos demasiado estamos dejando a las generaciones futuras un hábitat destrozado.


Políticos en plena faena

    Tenemos un problema, nuestra política. La política se fundamenta en periodos cortos, las legislaturas duran pocos años y suelen tener como objetivo lograr la reelección, lo que significa que las medidas que un gobierno toma tienen que ser visibles y tener éxito mientras dura su mandato. Todo se reduce a buscar qué pueden ganar para sí mismos y, para lograrlo, su objetivo suele ser el corto plazo. 

    Me resulta imposible pensar en algún partido político que intente crear un proyecto más allá de su tiempo de legislatura, no creo que tuviera mucho éxito. Las posibilidades de ser elegido para gobernar dependen de que los votantes vean proyectos y objetivos cercanos en el tiempo. El futuro les resulta muy lejano y con poco interés electoral ya que los habitantes del futuro todavía no votan.

    Para poder eliminar este “presentismo” debería cambiar el modelo. La búsqueda de pactos de estado a largo plazo, en los que todas las partes estuvieran involucradas, deberían ser el objetivo. También deberían crearse normas claras para la protección del medio ambiente y para mejorar la situación de la población más allá de lo que duran un par de legislaturas. Pero ¿qué es la política actual sin las luchas estúpidas y absurdas cuyo único objetivo es mantener sus traseros en el gobierno?.

    Lograr un futuro adecuado para esas generaciones que lo habitarán pasa porque la propia sociedad modifique su forma de pensar. Sé que lograrlo es difícil ya que nuestro ritmo social nos lleva a vivir de manera desenfrenada. Reflejo de ello es la ansiedad, el agobio y el estrés con el que vivimos el día a día y que, en muchas ocasiones, no nos permite plantearnos el futuro, no sólo social sino también personal.


Un futuro, uno de tantos.

    La política se basa en hechos concretos visibles y que tengan resultados, a ser posible, mañana mismo. Eso significa que convertirnos en buenos ancestros y dejar un entorno adecuado no es una tarea sencilla. Exige un pensamiento global en el que los proyectos deben ser planificados como esas catedrales que tardaban años y años en construirse. En esos proyectos, desde el comienzo, se sabía que finalizarían en la siguiente generación. Todo aquello que constituía la base tenía el objetivo de que los que llegaran posteriormente encontraran unos buenos cimientos sobre los que seguir construyendo. Exigía planificación, pensar en la evolución y dejar todo el conocimiento para que quienes lo recogieran en el futuro pudieran continuar con la construcción.

    En ocasiones tengo la impresión de que nuestra mente vive sólo el ahora, que nos olvidamos del pasado y que pensamos en lo inmediato. Actuar así causa daño, tal vez no hoy, pero sí en un futuro cercano. No pensar en ser unos buenos ancestros provoca que estemos dejando para los que llegarán las medidas para recuperar y mejorar el entorno. Me da la impresión de que en nuestras cabezas suena: “yo mancho y ya limpiaran los siguientes. Total, yo no voy a estar”.

   Debemos pensar que, aunque estemos sobre el planeta durante un tiempo limitado, llegarán otros que ocuparan nuestro lugar. Debemos tener una visión más amplia de las consecuencias de nuestras acciones para hacer comprender a las generaciones actuales que todo lo hacemos afecta al futuro. Se nos suele olvidar que la Tierra seguirá estando, será la vida que está en ella la que terminará por desaparecer si no somos capaces de empezar a considerarla valiosa y futurible. No se trata de salvar el planeta, se trata de salvarnos a nosotros mismos.


Referencias: 

Japón: la sociedad del siglo XXII

El principio de las siete generaciones

 



 

Comentarios

  1. Interesante reflexión, pocas veces nos paramos a contemplar la política desde ese punto de vista, ni siquiera hoy en día con la falta que nos hace salvar el futuro. Vivimos en la sociedad del ahora y del YO.

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