Me resulta curioso entender que la difusión de estos aparatos no tuviera relación directa con la medicina y se tratara de una reafirmación nacionalista en defensa de la modernidad y la raza mexicana, es decir, asistimos a la aparición de una motivación local. Nos encontramos ante un caso en el que los instrumentos están implicados en la cultura y que, a pesar de que estaban inmersos en la estructura jerárquica colonial, dio lugar a conocimientos adaptados a sus preocupaciones políticas de identificación nacional.
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Algunos instrumentos |
En el siglo XIX, en México, la mayoría de los instrumentos médicos se compraban en Europa y eran usados para la práctica privada. A partir de 1838 se produjo una masiva importación tanto de instrumentos como de teoría, ya que la tendencia de los médicos era la de imitar e importar ambos. El proceso de importación no era sencillo ya que, además del tiempo necesario para que llegara a México, el precio era elevado y no siempre llegaban en buenas condiciones.
Este proceso duró años, sin embargo la autora destaca un momento de la historia en el que se comenzaron a solicitar cierto tipo de instrumentos que tenían mayor utilidad en análisis químicos y fisiología. Se trataba de instrumentos no invasivos. La mayoría de ellos habían creados o adaptados por Marey para no tener que dañar al sujeto de estudio a la hora de medir constantes vitales como el pulso o la presión sanguínea. La defensa de este tipo de instrumentos se basaba en no necesitar un médico o entrenamiento previo para poder hacer mediciones y que la información recogida, al no contar con el efecto humano, fuera precisa. Esto hizo que cualquier espacio donde se aplicaban estos instrumentos para medir, podía considerarse objetivo, preciso y capaces de eliminar cualquier error de apreciación.
A pesar de las bondades que presentaban el esfigmógrafo y el cardiógrafo para la práctica de laboratorio, los médicos mexicanos los utilizaron con fines clínicos. No se trata de desconocimiento por su parte sino de la posibilidad de uso que permitía medir aquello que los sentidos no podían hacer.
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Selva |
El francés Dénis Jourdanet, hacía 1861, había establecido que en el valle de Mexico a 2500 metros de altura la falta de oxígeno producía anoxemia y como consecuencia de ello había que considerar a los habitantes del valle “una miserable raza”.
Nos encontramos con la necesidad de refutar una hipótesis que no consideraba la adaptabilidad humana y que menospreciaba el hecho diferencial. Para hacerlo, Vergara recurrió a los esfigmógrafos, los neumógrafos y oxigenógrafos y confió en la exactitud que podían brindarle estos instrumentos frente a los sentidos y, de esta forma, demostrar la invalidez de la hipótesis de Jourdanet.
Vergara entendía que tenían que existir diferencias significativas entre un habitante del altiplano y un parisino. Dichas diferencias tenían que estar en la anatomía y en la fisiología de los habitantes de tal manera que les permitirían adaptarse y desarrollar su vida sin problemas. Con las mediciones que realizó se pudo comprobar que la adaptación a la vida en el altiplano había anchado la caja torácica, aumentado la frecuencia cardiaca y la respiración. También la analítica sanguínea era diferente. Con estos estudios Vergara confirmaba cómo una situación de adaptación al medio permitía una vida y un desarrollo normales, que no diferían en nada a los de cualquier otra persona.
El trabajo de Vergara dotó a los instrumentos, considerados objetivos e infalibles, de una pátina de juicio y de interpretación en sentido político y ético. Las mediciones dejaron a la vista una diferencia fisiológica que fue interpretada de forma subjetiva para asumir las medidas fisiológicas en el Antiplano como normales en referencia a Europa. Un instrumento médico sirvió de base para medir si la raza mexicana era normal, que no es una preocupación médica sino política. Se puede entender que los instrumentos usados en el Altiplano medían las diferencias en base al nacionalismo que intentaba legitimar la imagen de un mexicano “civilizado” y moderno.
De todo ello podemos concluir que las formas de uso de los instrumentos nos permiten comprender cuándo es una mera repetición de lo ya conocido o cuándo es una adaptación local. En el caso de México y usando las palabras de Cházaro:
“En ese juego de identificaciones, en México, los instrumentos científicos se reafirman como emblemas de lo universal, preciso y estándar: prueban con la normalidad del mexicano al tiempo que crean un ideal nacional de normalidad. El mestizo, se volvió el cartabón o regla universal a partir del cual los instrumentos juzgarían la normalidad. Si el mexicano frente al europeo siempre era sospechoso de anormalidad; frente al mestizo, los indígenas y los pobres, las prostitutas o criminales resultaban también desviados o anormales. Quizás por eso, frente a la peculiaridad y excepción, frente a la diferencia, de lo que preferimos hablar, a ambos lados del Atlántico, es de la luminosa vida de esos artefactos intercambiables, fetiches de objetividad y precisión.”
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