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Lo que sabemos o creemos saber del mundo

Lo que pensamos acerca de qué es o cómo debe ser el conocimiento nunca es independiente de lo que sabemos o creemos saber acerca del mundo. 

    Parte de lo que sabemos o creemos saber y la mayoría de nuestros prejuicios, no son actuales, no los creamos en el momento en el que vivimos, sino que proceden de la evolución de nuestra especie. Para poder abordar este proceso, la epistemología histórica nos da el grado de comprensión necesario para entender cómo conocemos y cómo ese proceso de conocimiento no se produce de forma aislada, sino que está vinculado a la naturaleza.


Una visión del mundo.


    Como especie no podemos separar la evolución y la cultura. Vivimos en sociedad y, por lo tanto, nuestra evolución y supervivencia están relacionadas con nuestra evolución cultural. Si queremos entender nuestro conocimiento estamos en la obligación de conocer la correlación y la coevolución entre la naturaleza y cultura. 
    Nos vemos a nosotros mismos como un elemento que no forma parte de la naturaleza, pero sí de la cultura. Nuestras acciones así lo demuestran, creemos que somos la parte dominante del mundo y se nos olvida que nuestra historia es la historia de sucesivas mutaciones y adaptaciones, tanto biológicas como cognitivas que se producen en la naturaleza. Sin nuestra evolución biológica y sin el desarrollo de los órganos de la cognición no seríamos una especie diferente a otras y careceríamos de capacidad para crear cultura. 

    Nuestra tradición cultural lleva asociada la idea de que hemos sido y somos librepensadores, seres absolutamente independientes de la naturaleza y, además, nos consideramos capaces de tratarla como un ente ajeno a nosotros. Desde la distancia la hemos observado, estudiado y manipulado mientras hemos vivido ensimismados por nuestra cultura. También hemos separado nuestras leyes, nuestros comportamientos y nuestra evolución cultural de aquello que denominamos leyes de la naturaleza.

    Durante siglos las hemos enfrentado de tal forma que hemos creído tener un modelo cultural y un modelo natural que podían vivir aislados sin interaccionar. Nuestro modelo de pensamiento ha creado un estado en el que la naturaleza es vista desde lo cultural como algo ajeno que no nos influye y aún creyendo estar al margen de su influencia hemos sido capaces de desarrollarnos como sociedad. ¡Ilusos!

    Tenemos tan arraigada esta idea que la historia de la cultura se ha considerado un triunfo sobre el espíritu de la naturaleza. Tanto es así que en algunos momentos se ha considerado que podía haber entrecruzamientos entre ellas, lo que sólo sería posible si fueran ajenas la una de la otra. E incluso se ha llegado a proponer que la semilla de la cultura ya existía en la naturaleza inorgánica cuando las sociedades más arcaicas tenían en su ser la capacidad para generar cultura. ¡Como si la naturaleza no tuviera nada que ver! Se habla en antropología de que los humanos somos seres sociales y que en nuestra naturaleza está el vivir en sociedad. ¿Es así? O por el contrario ¿ha sido la propia evolución biológica la que ha hecho que seamos sociales? ¿Hubiéramos sobrevivido si no nos hubiéramos asociado? Tal vez, pero sin duda nuestra comprensión del mundo sería distinta.

Hegel y Marx (Stable Diffusion)

    Para hacernos una idea de cómo algunas teorías nos aíslan de la naturaleza podemos fijarnos en Hegel y en Marx y su visión de la historia. Si tomamos como referencia a Hegel, éste relataba la historia como un continuo “naturaleza e historia”. La historia concebida como la fenomenología del espírituya que consideraba a la naturaleza un evento secundario que acompañaba a la cultura pero de la que no formaba parte ni explicaba. Si elegimos la filosofía del marxismo, todo se entiende desde el materialismo histórico. En este modelo, el continuo entre la naturaleza y la historia interacciona a través del trabajo, las relaciones de fuerza y el poder para dar como subproducto la conciencia o el espíritu. Tras esta imagen de la cultura humana, en cierta medida aislada de la naturaleza, encontramos una actitud egocéntrica muy propia de los humanos. En ninguno de los casos se considera que ambas, cultura y naturaleza, forman un todo indivisible o incluso que la primera surge de la segunda. 
    En los últimos años la abundancia cognitiva de la cultura humana parece que está dejando tras de sí una imagen menos ensimismada de ésta. Cuestiones como la biología evolutiva, la paleografía o el paleoclima, dejan claro que hay una relación causal entre determinados fenómenos y la evolución humana. De hecho, soy una firme creyente de que somos lo que somos porque la naturaleza nos ha forjado así.

    El progreso y su relación con la naturaleza es lo que nos conforman como especie. Si la relación entre ambas hubiera sido distinta,  nuestro sistema cognitivo también lo sería, y por extensión nuestro conocimiento del mundo. Sería un sistema completo en los contenidos, en las actitudes y en las aptitudes cognitivas, los métodos, las normas, los esquemas y las categorías pero tendría que ser diferente para poder comprender ese mundo distinto al que nos enfrentaríamos.

    Para comprender este aspecto podemos utilizar un ejemplo, quizá un poco burdo pero bastante claro. Imaginad que en el tiempo en el que yo vivo, que es mi momento para comprender el mundo, se pudiera producir toda la evolución completa de los perros. En el momento de mi nacimiento habría lobos y al morir, existiría toda la variedad de perros que conocemos en la actualidad. Con este avance rápido de la evolución ¿sería viable que yo distinguiera a los perros como una especie diferente a la de los lobos? Probablemente no ¿Cambiaría este hecho mi comprensión de la evolución? Sí, no sería capaz de comprender la evolución y no los percibiría como una especie distinta, sino como un racimo de formas distintas.

    No podemos, por tanto, separar la cultura de la naturaleza. Precisamente por eso podemos distinguir y categorizar ciertos elementos, porque tenemos un espacio temporal limitado en el que comprender. El estudio de la naturaleza y su paso a la cultura permiten que yo conozca lo que conozco basándome en lo que la historia de mi cultura me transmite. Mi visión del mundo no está aislada de lo que ha sucedido anteriormente y es la interacción de la naturaleza con mi capacidad de comprensión la que da lugar a un proceso cultural e histórico concreto. 

    Debemos suponer que lo que sabemos o pensamos acerca del mundo, sea correcto o no, determina nuestros prejuicios acerca de lo que es o cómo debe ser el conocimiento.


    “Nuestros prejuicios son aquellos que dependen de cómo sea el mundo con independencia de lo que sepamos de él. Estos prejuicios que no hemos podido diseñar desde una sola cultura de forma discrecional, afectan a las capacidades básicas del sistema cognitivo con el que hemos configurado la historia cultural, que es lo más genuino de nuestra especie.” (Julián Pacho Telleria)


Puesta de sol


    Con este matiz queda claro que la mayor parte de los rasgos de nuestra visión del mundo y parte de los prejuicios epistemológicos son herencia del proceso evolutivo. Somos lo que somos debido a la historia de la evolución natural. 

    Un ejemplo muy bonito, que ilustra nuestra relación directa con la naturaleza, es considerar que el sol se pone o se levanta. Estamos atribuyendo al sol la capacidad de salir y ocultarse. Sabemos, sin duda, que somos nosotros los que giramos a su alrededor; sin embargo, hemos heredado en nuestro lenguaje los conocimientos del momento en el que se creó la explicación del fenómeno y quedó determinada la forma de expresarlo. Ha pasado mucho tiempo desde entonces y seguimos usándolo igual. Esto significa que tenemos un arraigo cultural que a veces está en lo más profundo de los signos. A la memoria me vienen muchos de esos dichos que utilizamos sin comprender muy bien, sin saber cuál es su origen, pero que explican o que expresan una idea que comprendemos de forma abstracta. 

    ¿Es la evolución cultural determinista? ¿Podemos librarnos de prejuicios inducidos por los condicionamientos bio evolutivos? La naturaleza no tiene una evolución planificada, no es determinista, por lo tanto si nuestra cultura va asociada a ella, tampoco lo es. Si lo fuera, nuestra capacidad cognitiva no tendría alcance para comprender la evolución que hemos sufrido a lo largo del tiempo. Simplemente vendría dada, no podríamos comprender los cambios que se han producido relacionados con la evolución biológica. Probablemente no nos entenderíamos como especie, sino que simplemente estaríamos en el momento actual y nuestra futura evolución estaría marcada por la biología y no por nuestras acciones y nuestro conocimiento. La lógica lleva a suponer que lo cultural y lo social estarían marcados por esa evolución planificada. Serían deterministas y no tendríamos ni capacidad de comprensión ni capacidad de decisión. Pero esa suposición no es correcta.

    Para poder comprender la naturaleza debemos entender que lo que conocemos y cómo lo hacemos, es producto de la evolución natural. La cultura humana tiene una gran capacidad evolutiva y su expresión más clara es la evolución del conocimiento y cualquiera de los elementos que caracterizan a la civilización. Conocer el mundo no es separable del conocimiento, por lo que la epistemología debe ser consistente con la contingencia y con la relatividad histórica del conocimiento. Hay que conocer los nexos entre ellas y la epistemología evolucionista nos puede ayudar las claves.

    El hecho de que hasta hace relativamente poco no haya aparecido este concepto evolucionista en la teoría del conocimiento, pone de manifiesto que la epistemología clásica, al igual que la sociedad, tiene prejuicios. Prejuicios que determinan que sólo importa la estructura de nuestros enunciados y su relación con el valor de verdad y que están basados en nuestro sistema cognitivo limitado por la experiencia de lo sensible, por nuestra vida temporalmente limitada y por algunas creencias y valores que nos proporcionan ventaja evolutiva.

    Tenemos una fuente de prejuicios todavía más básica que es la que determina la estructura funcional de nuestro cerebro en relación a lo que percibimos conscientemente. En ella, nuestra epistemología depende de la historia del entorno. Estaríamos refiriéndonos neurociencia, a conciencia y a cómo percibimos el entorno.

    Llegados a este punto podemos hablar de la ceguera cognitiva del cerebro, es decir, nuestro cerebro es ciego respecto de sí mismo. No es capaz de experimentar los procesos fisiológicos a través de los cuales aprende y genera conocimiento. Gracias a ello tenemos la capacidad de ver los objetos no físicamente, sino intelectualmente.

    Puede surgir la siguiente pregunta: ¿por qué la evolución ha mantenido un órgano que produce este error tan grave? Nuestros actos de pensamiento están libres de los procesos neuronales porque sería insostenible que existiera un cerebro que para comprender fuera consciente del proceso que desarrolla desde la percepción hasta la elaboración de un concepto abstracto. Ese proceso sería tan largo e implicaría tanto, que probablemente nuestro cerebro colapsaría y dejaría de funcionar al poco tiempo de formarse. No es una forma óptima para trabajar, elaborar información, comprender y conocer conceptos abstractos. Sin embargo, este proceso inconsciente de pensamiento funciona tan bien que no necesita entender cómo lo hace para poder hacerlo. Gracias a la ceguera cognitiva hemos podido generar la cultura. El mundo creado por el cerebro, al crear la cultura, es tan potente que podemos elaborar teorías de lo que ocurre dentro y superar su propia ceguera en la cultura. Nos permite y es útil para codificar y, de forma intuitiva, podemos tener conceptos como responsabilidad, libertad, culpa o castigo. 

    Llegados a este punto de la reflexión no podemos negar la dependencia entre la evolución cultural y la natural pero sí podemos hablar de diferentes velocidades evolutivas. La evolución natural es mucho más lenta que la cultural. La cultura humana genera una gran cantidad de información en un entorno que evoluciona muy rápidamente y que exige de nosotros, humanos, un esfuerzo constante de adaptación de la comprensión cognitiva, pero no necesariamente de la biología del cerebro.


Mujer del futuro

    ¿Debemos adaptarnos y modificar nuestra capacidad a esos cambios tan rápidos o, por el contrario, debemos ralentizar la cultura para poder continuar viviendo? Gracias a las mutaciones y a las adaptaciones somos lo que somos y contamos con capacidad cultural. La producción cultural ha adquirido tal grado de ansiedad que se ha convertido en una segunda naturaleza. Lo preocupante es que su desarrollo es tan veloz que está fuera de control. Esto se debe a la creciente autonomía de los sistemas inteligentes, a las variaciones que la automatización crea y a la aceleración constante de la tecnología. Por eso nuestra experiencia, a día de hoy se está consolidando en un entorno más artificial que natural y nos vemos en la obligación de estar en constante aprendizaje y adaptación. 

    La primera adaptación fue al entorno natural y fue bio cognitiva y la actualidad nos encontramos en una segunda adaptación que está determinada por todas las extensiones tecnológicas y socioculturales de la digitalización. Al nacer nacemos con la primera adaptación, pero no nacemos adaptados a la naturaleza artificial del entorno virtual.  

    El proceso de alfabetización nos ayuda a adaptarnos, y aunque sabemos que existe una brecha digital, se pone en evidencia que la segunda naturaleza no tiene una adaptación sin esfuerzo. A modo de ejemplo, todos entendemos que nuestro cerebro y el de nuestros abuelos está en el mismo punto de evolución biológica, sin embargo yo me adapto mejor a las nuevas tecnologías, las comprendo y las puedo manejar. Hoy en día la sociedad está tan digitalizada que no se puede sobrevivir socialmente sin una adaptación a esa segunda naturaleza y al continuo cambio y mutación. 

    Podemos lamentar muchas cosas del uso masivo de la tecnología por ejemplo, nuestra comunicación a nivel semántico es cada vez más pobre. Tampoco asimilamos y ni estructuramos sino que cortamos y separamos las experiencias que, en muchos casos, dejan de ser reales y se convierten en vicarias a través de la realidad virtual, de la difusión de contenidos pseudocientíficos, de la legitimación de contenido por estar en redes sociales y de la proliferación de la posverdad. Esto implica que la competencia lingüística y la capacidad crítica sean cada vez sea menores, que se favorezca la pereza y la pasividad en la adquisición de conocimiento y, por ello, la responsabilidad epistémica está social y culturalmente debilitada.

    Esto supone que debemos asumir ciertas premisas. La primera de ellas es que la creatividad intelectual humana mediada a través del lenguaje no va a seguir la misma forma ni las mismas pautas que anteriormente. Además los conocimientos transmitidos van a ser cada vez más impersonales, muchos aspectos del conocimiento van a quedar fuera ya que se externalizarán. La posibilidad de que las inteligencias artificiales creen textos, libros, narraciones y diálogos hace que los bienes intelectuales futuros sean cada vez más volátiles. Os recuerdo que existen los NFTs, que son obras de arte efímeras que solo habitan en las redes. Ya no queremos un cuadro para colgar en nuestra sala, sino que queremos una obra de arte que adorne nuestra vida digital.

    Hace mucho que las teorías se independizaron de los humanos. Parte de nuestra vida está condicionada por la tecnología y casi todo lo que percibimos procede de ésta, así que nos podríamos encontrar con una segunda vuelta a la cueva. Ahora sí que, cuando miramos a la naturaleza, somos conscientes de que vivimos en una cueva. Hemos dejado de ser sujetos cartesianos pensantes y somos sujetos usuarios, por lo que cualquier cosa que queramos hacer implicará cambios y actitudes en los procedimientos y búsqueda de nuevas tareas. Somos sujetos pensantes como resultado de la evolución y es bastante complejo que, a pesar de que todo lo que debemos conocer nos venga dado desde el exterior y seamos usuarios, una parte de nuestra mente no se dedique a tareas cognitivas nuevas.

    Evidentemente, estas nuevas tareas están por definir y habrá que ver cuáles son. Es posible que al igual que nuestros ancestros tuvieron que sobrevivir a la primera naturaleza, una naturaleza hostil que exigía adaptación, pensamiento, raciocinio y, en ocasiones, aprendizaje y manipulación, a nosotros se nos presenta un futuro en el que tendremos que pensar, razonar, analizar y comprender cuál es esta segunda naturaleza compleja en la que nos encontramos para poder seguir avanzando. La epistemología histórica tiene las claves para lograrlo.



Referencias:
Apuntes de Julián Pacho Telleria (para el Máster de Cultura Científica de la UPNA)


 

 

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