La culpa la tiene una pregunta. No, nada trascendental o, tal vez sí. Una pregunta que oí a mi espalda mientras escribía en la pizarra. No era la primera vez que la oía, pero sí fue la primera vez que me volví y contesté. Alguien, con voz dulce y aterciopelada, había preguntado: “y yo…¿para qué quiero saber eso?”. Me giré y creo que sin pensar demasiado, luego me arrepentí, le respondí: “pues para qué va a ser, para sobrevivir”. Discusión zanjada y yo triunfante suponiendo que había ganado con mi dialéctica intachable y lógica. ¡Ja! Adolescentes de 13/14 años, no creeríais que la cosa iba a ser así de fácil. No, se oyó de fondo: “sí, bueno, venga”.
No me quedó más remedio que explicar por qué saber nos permite sobrevivir. Descarté contarles la historia de los humanos al completo, la de los descubrimientos científicos, el arte, la escritura, el lenguaje, en definitiva, todo lo que hemos sido y lo que somos. Así que me inventé un universo paralelo, donde habían nacido Big y Bang, las gemelas fundadoras de los Unga Bungas y las que se dieron cuenta de que conocer les ayudaba a sobrevivir.
En ese recorrido les hablaba de cómo se habían dado cuenta de que saber contar les resultaba muy útil, de cómo habían descubierto el fuego, en una batalla campal a pedradas, y les hablaba de la necesidad de conocer, aprender y trasmitir el conocimiento para poder sobrevivir.
Parece que les convenció. De hecho, algunos de mis estudiantes creyeron que realmente los Unga Bungas habían existido. Está claro que no me escuchan porque lo primero que les conté es que la historia era fruto de mi imaginación. En cualquier caso a mis estudiantes pareció servirles, sin embargo, a mí no.
Conforme quería explicarles la importancia del conocimiento me surgían más preguntas y más dudas. ¿Qué era lo más importante? ¿Cuándo nos dimos cuenta de lo necesario de conocer? ¿Dónde debía poner los límites? ¿Es igual de válido todo el conocimiento? ¿Por qué hacemos esa separación entre lo que denominamos ciencias y letras? En realidad, ¿cómo conocemos? ¿Podemos extraer lo esencial de lo que vemos? ¿Cómo puedo poner en valor las aportaciones al conocimiento de las mujeres? Y, lo que es más valioso, ¿cómo comunicarlo para que el mensaje llegue?
En definitiva que con la historia de Big y Bang salí bastante bien parada, pero lo que a mis estudiantes les convenció a mí me llevó a hacerme muchísimas preguntas. Por suerte, los algoritmos de las redes sociales y las IAs tienen más datos de mi escasa sabiduría que yo, así que lo que hicieron fue mencionarme que existía un Máster de Cultura Científica que me podía ayudar.
Unos meses después me aceptaban y en noviembre de 2021 comenzamos. He de deciros que el hecho de que las primeras asignaturas las impartieran Clara Grima, José Manuel López Nicolás y Javier Armentia y impone muchísimo. Impone, hasta que Ziortza Guezuraga te dice: “tienes que ir a las redes sociales a dar la turra”. ¡Pánico total!
Lo relevante es que durante estos dos cursos he aprendido que vivimos en un momento de la historia en el que los avances científicos y tecnológicos, así como la sociedad, cambian muy rápido. En ocasiones, no nos hemos adaptado a algo cuando ya tenemos la siguiente versión. De esta rapidez surge la necesidad de aprender y de entender lo que nos rodea.
He comprendido que la cultura científica es más que simplemente tener conocimientos sobre ciencia. Se trata de descubrir cómo funciona el mundo que nos rodea y cómo podemos investigar y resolver problemas. He descubierto que nos enseña a ser curiosos, a hacernos preguntas y a buscar respuestas y que nos ayuda a desarrollar un pensamiento crítico, a cuestionar las afirmaciones infundadas y, lo que es más importante, a tomar decisiones.
Necesitamos la comprensión de la cultura para poder participar en las cuestiones que surgen en nuestro entorno y prepararnos para abordar los desafíos del futuro. Y no, no se trata de un proceso individual, al contrario, es un proceso global que debe involucrar a toda la sociedad. Con ello podremos abordar y resolver problemas globales, como el cambio climático, la escasez de recursos o la búsqueda solución a los problemas a los que nos enfrentamos de cada al futuro.
Y aunque suene un poco exagerado, la cultura nos ayuda a comprender y apreciar nuestro lugar en el universo, nos muestra la belleza y la complejidad de la naturaleza y nos invita a maravillarnos con ella.
Sin duda, lo más importante es que la cultura científica tiene que llegar a todos los niveles de la sociedad. Debemos proporcionar a todas las personas las herramientas para comprender y participar. La cultura no debe ser exclusiva de unos pocos. Debemos esforzarnos por hacerla accesible y relevante para todas las personas. La ciencia y el conocimiento científico pertenecen a toda la humanidad, y todos y todas debemos beneficiarnos de su comprensión y aplicación.
En definitiva, que conocer nos ayuda, nos sitúa en la realidad, nos permite abordar la complejidad de nuestra vida y sobrevivir. Estas son las ideas que quiero transmitir a mis estudiantes y a cualquiera que quiera oírme. Me gustaría aportar mi granito de arena para que sean mentes pensantes, críticas y que se manejen con libertad y soltura en el mundo que nos ha tocado vivir.
No, no he conseguido todas las respuestas a las preguntas que me planteé, pero creo que he obtenido algunas herramientas para poco a poco abordarlas, mejorar mi comprensión del mundo y, sobre todo, poder transmitir lo que aprenda.
Todo esto no ha sucedido de golpe, no ha sido una revelación, es el fruto de dos años de trabajo en los que tengo que agradecer el apoyo incondicional a Mikel, sin sus comas mis textos no serían igual. Quiero dar las gracias a mi familia, a mi cuadrilla y, en especial, a mis compañeras y compañeros. Sin ellas y ellos este camino hubiera sido muy solitario y gracias a su compañía, apoyo y sus risas ha sido más llevadero y productivo. Millones de gracias por estar ahí.
A aquellos que nos habéis enseñado durante estos dos años, os agradezco los conocimientos que nos habéis aportado y las preguntas que nos han hecho pensar, muchísimo. Sin embargo, os tengo que confesar que durante este tiempo, en alguna ocasión, yo también me he preguntado: “y yo… ¿para qué quiero saber eso?”, y la respuesta que me he dado ha sido: “para sobrevivir”. Gracias.”
Estas eran las palabras que iba a pronunciar el sábado en Pamplona y que no llegué a decir. Sí, dije otras que es posible que se pierdan como lágrimas en la lluvia, pero quería dejar constancia de las que había escrito, ya que eran las de despedida del Máster de Cultura Científica.
Las cambié en el último segundo, literalmente. Las circunstancias no fueron las que había supuesto, imaginado o, simplemente, deseado. Parece que existía cierto riesgo de que me llevara un piano, tal vez, un atril o de que me comiera un micrófono. ¡Quién sabe!
Las que sí dije se quedan entre quienes me acompañaron en ese momento. No voy a dar sus nombres porque ya saben lo profundamente agradecida que estoy por su compañía, sus risas y su apoyo. Espero que lo que académicamente acaba, no acabe también con vuestra compañía, con vuestra amistad y con los millones de proyectos que entre vino y vino se nos ocurrieron. Gracias por estar ahí cubriéndome las espaldas. ¡Viva el Comando Txistorra!
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Preguntas sin respuesta... Una gran misión para el Comando Txistorra!
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