Ir al contenido principal

Petra

Se llamaba Petra, el nombre se lo habían puesto en honor a su bisabuela, sin embargo, nadie la conocía por ese nombre. Si alguien se quería dirigir a ella la interpelaba llamándola Ysi. 

    Cuando su familia se enteró de que su nacimiento se acercaba, empezaron a especular, la incertidumbre les poseía y, continuamente, en sus labios había un “¿y si…?”
    Dudas, miedos, tensión y total falta de certeza, lo normal. Sin embargo, llevados por ese pensamiento de desconocimiento del futuro de Petra, en todo momento murmuraban: “¿y si no nace sana?, ¿y si no le gusta estudiar?, ¿y si no sabemos cuidarla?” … Tantos “¿y si…?”, se pronunciaron aquellos meses que cuando su bisabuela le vio la carita, sonrió para sí misma. Tenía la absoluta certeza de que sería una mujer fuerte, segura y que haría algo en el futuro con tanto “¿y si…?” que iba a oír a lo largo de su vida. 
    Fue su bisabuela la que decidió que, dado que ella todavía estaba viva, para evitar confusiones, llamarían a la recién nacida, Ysi.
    Su infancia y su adolescencia, al igual que la de cualquiera, estuvieron rodeadas de “¿y si…”. Todo arrancaba con una condición: “¿y si no me gusta lo que he elegido?”, “¿y si a X no le gusto?”, “¿y si me dice que no?”, “¿y si no apruebo?”, “¿y si no puedo ir de viaje?”, “¿y si lo que tiene la abuela es malo?”, “¿y si hoy no hago nada?”. Cientos de miles de “y si…” en su vida. Por su parte, por la de su familia, en el colegio, con sus amistades, con X, su primer amor, con Y y con Z, que tampoco fue el amor de su vida. 
    Su bisabuela le enseñó que hay que hacer pequeños cálculos y decantarse por aquello que nos ofrece más posibilidades de éxito, aunque no haya garantía total. Le explicó que lo importante es tenerlos en cuenta, pero no tenerlos todo el día en mente. Con una sonrisa le dijo: “hija, la vida ya se encarga de traerlos por sí sola, no es necesario invocarlos constantemente”
    La incertidumbre pasó a formar parte de su vida, tanto que en cuanto fue consciente de ello, empezó a buscar maneras de eliminar algo de esa falta de certeza. Aprendió a pensar, a darle a cada alternativa su valor, a crear espacios donde se contemplaban todas las posibles vías de solución y, en especial, a calcular cuál era la más esperable o la más deseable. 
    Sin darse cuenta, había ido comprendiendo el sistema de evaluación de la incertidumbre, uno sencillo y al alcance de todo el mundo. Podría trasmitir y enseñar todo lo que ese sistema podía hacer. No, la certeza no existe, pero algo de lo que Ysi había aprendido podía ayudar a curar algunos de los “¿y si…?” que acechan en el día a día. 

Ysi ensimismada en sus ¿y si…?


    Con unos pequeños cálculos, Ysi se dio cuenta de que a su bisabuela Petra no le quedaba mucho de vida. No podía establecer una fecha, pero contaba que no era demasiado. Intentó pasar tiempo con ella, se aprovechó de su sabiduría y aprendió que los “¿y si…?” están y que hay que saber llevarlos. 
    El día que su bisabuela murió, Ysi dejó de serlo y se convirtió en Petra, una mujer sin certeza de nada, pero con conocimientos para no dejarse apabullar por los “¿y si..?” de la vida. Sabía navegar por la incertidumbre usando como velas los datos, los pequeños cálculos de probabilidad y, en especial, todo lo que aprendía de su entorno. 
    Sabía hacer apuestas sobre lo que quería encontrarse en su vida y salir airosa de muchas situaciones. Tenía claro que iba a dedicarse: a calcular las probabilidades de todos esos “¿y si…?” y procurar elegir bien aunque sin certeza. Al fin y al cabo, la vida es así.
 
Nota:
    Nunca apuesto dinero, pero la vida es una apuesta continua en la que conocer las probabilidades de muchos de los “¿y si…?” con los que nos encontramos puede ser de gran ayuda. Soy una enamorada de la estadística y, creo que a la hora de representar los “¿y si…?”, no se me ocurre mejor disciplina. Al fin y al cabo, la estadística, entre otras muchas cosas, nos permite calcular qué es más probable que salga antes de que lo haga, es la respuesta, sin certeza absoluta, a todas las preguntas. Y si tenéis dudas, siempre podéis elegir el 42 que es el sentido de la vida, el universo y todo lo demás, no falla nunca.

Microrrelato creado para colaborar con la iniciativa #Polivulgadores de Café Hypatia con el tema #PVysi


This work © 2023 by darthscience666 is licensed under 

Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International





Comentarios

Lo más visto

El sonido del frío

Lo que más ha gustado

El sonido del frío

¿Sois capaces de oír el frío? ¿Olerlo? Alguien habrá contestado afirmativamente a alguna de las preguntas, ¿no? Si me lo permitís me gustaría contaros que yo sí lo oigo, aunque igual es más correcto decir que no oigo nada cuando hace mucho frío.        No, no se trata de que tenga un problema auditivo, al contrario, tengo mala vista, pero muy buen oído y olfato. En su día os conté que huelo el calor y hoy os quería contar que oigo el frío.      Os pongo en antecedentes, vivo en la costa, en un lugar desde el cual, las noches con fuerte oleaje, cuando el ruido diurno cesa, se oyen las olas como un rumor constante de fondo. A mi alrededor hay muchísimos árboles y arbustos que al más mínimo roce del viento murmuran, y que en los días de lluvia crean una sinfonía de golpeteos, choques y roces.       No es raro que se produzcan galernas repentinas, acompañadas con grandes estruendos que, suelen agitar las ramas de los árboles como si es...

¿Ese?, es un cardo borriquero

Era pequeña cuando le oí a mi amama 1 referirse a alguien como cardo borriquero . Por la cara que puso al decirlo, saqué la conclusión de que debía ser alguien con pinchos, seco y feo o, lo que es lo mismo, poco agradable.      En ese momento, mis conocimientos sobre los cardos se limitaban a la cocina. Tenía la absoluta certeza de que mi amama los cocinaba como nadie (a mí no me salen tan bien), que estaban muy ricos y que daban mucho trabajo.      Esa asociación de ideas, el cardo y una persona áspera, fea y seca, me ha durado mucho tiempo, en concreto, toda mi vida hasta hace un mes.      Este verano, para descansar cuerpo y mente, elegí ir a Dublín. Me encantó la ciudad, su ambiente, la gente y la bonita costumbre de vender flores en la calle. Disfruté muchísimo viendo los distintos puestos.       En la mayoría de ellos encontré algo parecido a unas flores de un precioso color azul que me parecieron una auténtica bell...

May the ´Darth´ side of the Science be with you.