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El síndrome de la ficción

¿Qué diríais si os cuento que existe un fenómeno que se puede denominar síndrome de la ficción? No, no se trata de estar inmerso en una vida de ficción o de leer literatura de ficción. Se trata de un fenómeno creado por algunas corrientes de pensamiento relacionadas con el postmodernismo. 

    En palabras de Agustín Arrieta, profesor de filosofía de la Universidad del País Vasco, se trata de una inflación del concepto de ficción. Esta inflación da lugar al menosprecios de los valores asociados a la ciencia como la verdad, la consistencia, la evidencia, la objetividad, la búsqueda de la neutralidad y la objetividad. Concibe la actividad científica como una especie de ficción que carece de los valores propios de la ciencia y siembra la duda sobre ellos. Los seguidores de esta corriente de pensamiento entienden la ciencia como una narración de ficción carente de valores y evidencias. Los datos no importan y la aspiración para lograr la verdad no tendría importancia para la ciencia, que viviría inmersa en un mundo de fantasía. Es evidente que se trata de una posición extrema pero influyente y peligrosa cuando el objetivo va más allá de la crítica a la ciencia.



    En su origen era una corriente de pensamiento que pretendía mejorar la ciencia a través de la crítica. Sin embargo, con el tiempo, ha logrado desplegarse a otros ámbitos y su logro es relativizar los valores epistémicos propios del hacer científico. ¿Qué es la ciencia sin valores? Brujería, pseudociencias, conspiración y, para algunos, el mal.
    Claro que la pretensión de aquellos que defienden este pensamiento no trata de mejorar la ciencia existente, sino desacreditarla. La comprensión de lo que la ciencia logra con su actividad requiere crítica, por supuesto, pero con argumentos razonados y evidencias.
    Este tipo de discursos críticos vacíos ha tenido relativo éxito en la sociedad. De ellos surge la posverdad y el negacionismo, progenitores ambos de las teorías de la conspiración.
    Para entender lo que significa la posverdad debemos tomar como punto de partida la ciencia y su negación. La ciencia en su proceso normal, con el objetivo de buscar fisuras en sus teorías, se somete a la revisión por pares, la replicación y busca la consistencia a través de pruebas empíricas. De esta forma se descartan aquellos errores propios del proceso. 
    Es aquí donde se van a presentar aquellos cuyas creencias ideológicas chocan con la evidencia científica. No lo van a hacer con evidencias que arrojen más luz sobre lo que la ciencia propone, por el contrario, sus argumentos serán de negación. Sus dudas y sospechas van dirigidas al proceso de la ciencia en sí. En general son sus creencias ideológicas las que entran en conflicto con lo que la ciencia dice, de ello surge su cuestionamiento y el negacionismo.
    La historia del negacionismo no es nueva. En este árticulo podéis leer como alguna de estas ideas tiene más de 200 años y sobrevive. Lo que sí es nuevo es que existan líneas de comportamiento a seguir por cualquiera que quiera sembrar la duda y negar la ciencia. Este proceso comenzó con las campañas de las tabacaleras americanas para sembrar la duda sobre la relación entre el consumo de tabaco y el cáncer. Se creó un guión de actuación para los negacionistas lo suficientemente bueno como para que se usara en otras campañas similares como las relacionadas con el cambio climático.
    El proceso es claro, encontrar a expertos que estén dispuestos a decir lo que el negacionista desea. A partir de ahí sembrar el caos y la confusión entre el público. De la confusión surge la duda y, en este momento, se puede aprovechar para poner en entredicho cualquier otra investigación científica. Si hay un fallo en una ¿por qué no lo puede haber en más?. No hay mucho más que hacer porque ya se encargarán los afines, los medios de comunicación y el público de difundir y sembrar más dudas.
    Podemos decir que los negacionistas no son escépticos. Dudarán y buscarán recovecos en cualquier teoría, pero no lo harán basados en ninguna evidencia empírica sino que lo harán por sus propias creencias. Seleccionan datos que les interesan y se olvidan de todos los demás. 
     En general suelen adaptar unas formas de comunicar muy agresivas, no hay más que recordar el acoso a científicos, divulgadores y sanitarios durante el periodo de pandemia. En especial, por los antivacunas y negacionistas del virus.
    Estos comportamientos no surgen de forma espontánea, sino que suelen tener un bagaje anterior. Todos tenemos, en mayor o menor medida gustos, preferencias e intereses. En muchas ocasiones nos dejamos llevar por el sesgo de confirmación. Cuando digo todos quiero decir que no se escapa nadie. Este sesgo consiste en buscar, recordar y entender aquella información que va a favor de lo que creemos previamente. 
    En el caso de los antivacunas o de los negacionistas el rechazo es hacía cualquier información que vaya en contra de lo que creen, no buscan evidencias que confirmen su idea, sino que se basan en negar, ignorar o luchar contra cualquier dato que se oponga a lo que creen.
    Evidentemente a nadie le gusta que se ponga en entredicho sus ideas o sus creencias. Sin embargo en estos casos son precisamente ciertas creencias las que les dan indentidad como personas. Su personalidad puede estar ligada a esa creencia y, por tanto, cualquier ataque a la creencia en cuestión es un ataque directo a la persona.
    Podemos añadir, además, que en muchos casos no conocer los procesos científicos les lleva a pensar que la ciencia les quiere engañar. El ejemplo más claro procede del momento en el que la primera vacuna contra la covid fue presentada. Aquellos que ya eran antivacunas y negacionistas pusieron el grito en el cielo al argumentar que no se podía crear una vacuna en tan poco tiempo, que nos querían aniquilar y tantas otras barbaridades. No tuvieron en cuenta que para hacer ciencia hace falta dinero y, en muchas ocasiones, es la falta de financiación la que impide que se avance. Si sumamos la burocracia, tenemos investigaciones que pueden durar años, muchos años para lograr un resultado. Precisamente en el periodo de pandemia casi toda la inversión se dedicó a la búsqueda de vacunas, ciertos procesos burocráticos se agilizaron y con ello, se consiguió acortar el proceso. 
    Otro factor es el control de la situación. Hay personas que necesitan tener todo bajo control. Una pandemia es un escenario caótico y de incertidumbre. Prácticamente todo escapa a nuestro control y dominio. Los virus son un enemigo muy pequeño y que, en ocasiones mata. Para un negacionista la mejor forma para de que no le afecten, le causen daño y no caer en el descontrol y la incertidumbre, es negar su existencia. Su argumento más curioso es que nadie ha visto el SARS-CoV2. El desconocimiento de los procesos de identificación de virus les puede llevar a estas creencias, pero es su desconfianza en la ciencia la que les hace creerlas de manera firme. 

Novel Coronavirus SARS-CoV2
National Institute of Allergy And Infections Diseases


    Evidentemente no son los individuos aislados los que resultan peligrosos con sus creencias, lo peligroso suele ser la adhesión al grupo. Encontrar apoyo en un conjunto de personas activas en redes sociales y que ratifiquen lo que creen, es un vínculo potente que, además, les hace tener voz más allá de sus grupos cerrados. En general, los pertenecientes a estos grupos no lo son única y exclusivamente de una teoría conspiracionista, sino que se suelen sumar a otras creencias alocadas.
    Si a todo lo anterior añadimos las redes sociales, los bulos y la posibilidad de mantener el anonimato, tenemos un cóctel Molotov magnífico de desinformación, agresividad y desconfianza. Nos encontramos con ideas como el control con chip en la vacuna, el intento a nivel mundial de mermar a la población, la no existencia del virus, que las vacunas matan, que existen conglomerados internacionales que nos dominan desde la oscuridad y una larga lista de ideas, tal vez originales, pero desde luego con ninguna evidencia que las confirmen.
    Se trata de un proceso continuado que se retroalimenta constantemente. Reciben mala información, el grupo la ratifica como buena, la asienta en sus creencias, niega la evidencia, y recibe más información errónea, no cree en lo que la mayoría dice, se aferra más al grupo y el grupo le apoya. Así en un bucle infinito que no les permite salir para ver qué hay más allá y pierden de vista la línea que separa la realidad de la ficción.
    En general los argumentos que blanden para defender sus teorías de las conspiraciones son bastante difíciles de rebatir. La primera dificultad surge al intentar poner a prueba un argumento que no se puede someter al criterio de falsación. Por ejemplo, si yo os digo que el dos es azul no podríais decir si el argumento es verdadero o falso, ya que le estoy atribuyendo un color a un concepto abstracto. La segunda dificultad está relacionada con la Ley de Brandolini o principio de asimetría de la estupidez:
    "La cantidad de energía necesaria para refutar falsedades o estupideces es de un orden de magnitud mayor que la necesaria para producirlo". (Wikipedia)
    Luchar contra falsas creencias es tarea de titanes. Por mucho que se intente hacerles comprender que lo que están diciendo o argumentando no tiene ningún fundamento y que no se ajusta a la razón, da igual. Siguen enrocados en sus posiciones. En muchos casos su único argumento es el insulto o el descrédito hacia personas con conocimientos sobre la materia que, en palabras de los conspiracionistas, están involucrados también en el asunto. 


“Una conspiración es una creencia de que fuerzas poderosas y malintencionadas mueven los hilos para manipular determinados sucesos o situaciones” (Unión Europea)


    Tenemos una larga lista de conspiraciones y son las circunstancias las que hacen que aparezcan. Cambian los actores, se modifican algunos argumentos para ajustarlos al contexto temporal pero siguen apareciendo. ¿Cómo acabamos con ellas?. 



 Referencias:

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May the ´Darth´ side of the Science be with you.