ESA MAÑANA
Ya están otra vez, ni un café me puedo tomar sin oírles. Todas las mañanas lo mismo, Pedro echándole la bronca, una vez más, a María.
—¡Me cago en la puta! —dice Pedro, su particular manera de empezar la mañana. — ¡María! —llama a gritos —¡Otra puta vez que me pones el café frio, eres una inútil! — Suena un golpe.
No entiendo cómo es capaz de gritar de esa manera. Cada desayuno es lo mismo, oigo a María preparar las cosas y Pedro, su marido, se cabrea y le grita. Las razones variadas, las habituales: no está como él quiere, está demasiado caliente, tremendamente frio, no quería café.
María calla. Nunca le he dicho nada sobre esas broncas. Solemos coincidir en el hospital, ella trabaja allí. No quiero que penséis que soy una mala persona, ¡qué va! La razón es otra; soy una mujer muy ocupada y no me gusta inmiscuirme en lo ajeno. Mis responsabilidades me tienen siempre demasiado absorta o demasiado cansada para interceder en una pelea doméstica. Mi trabajo me ocupa por completo.
No entiendo su comportamiento, creo que hace años que tendrían que haberse separado. Supongo que la fuerza de la costumbre puede más que cualquier otro deseo.
Por los gritos de Pedro sé que su trabajo está en la cuerda floja. Está agobiado y, en parte, supongo que los ataques a María son debidos a eso. Por lo que dice, su trabajo no es fácil, sus tareas implican estar pendiente de mucha gente y eso le desquicia; eso y la incertidumbre. En el fondo lo entiendo, al fin y al cabo, yo trabajo en neurología. No hay que dar muchas explicaciones, ¿verdad? Agobio, responsabilidad y muchos pacientes, a cada cual peor que el anterior. ¡En fin! Me voy a trabajar.
La mañana ha sido como era de esperar, mucho trabajo. La verdad es que estoy cansada, me duele la cabeza, como es habitual, y me toca quirófano. Cuando tengo que entrar a quirófano siempre se me nota la preocupación y la necesidad de hacer las cosas bien.
AL MEDIODÍA
Me ha llegado un caso urgente. Un paciente con una presión superior a la normal en el cráneo, la única solución es abrir y aliviar la presión. No me queda más remedio que actuar con rapidez.
La cara del paciente me suena, aunque tiene un gran hematoma en el pómulo izquierdo y su cara está deformada.
Sigo el protocolo en estos casos y recibo al paciente en el quirófano con todo preparado para la intervención. Le practico una craniectomía descompresiva, es la única forma con la que puedo aliviar la presión craneal que sufre.
La operación ha salido bien. No he leído el historial del paciente, pero me da la impresión de que el golpe ha sido con un objeto contundente y, por la quemadura que presenta alrededor, el impacto ha sido contra algo muy caliente.
Me he dado cuenta de que el dolor de cabeza ha desaparecido y he suspirado aliviada. Hacía mucho que lo sufría. Creo que me he ganado un buen descanso. Estoy sentada en el banco del parque, justo enfrente del hospital, cuando una joven se me acerca.
— Señora, ¿se encuentra bien? —pregunta la joven. No le respondo porque no tengo ganas de hablar, pero le sonrío.
Acabo de oír una sirena que se acerca, la mitad del personal de urgencias se ha asomado a la puerta. Supongo que ha habido algún accidente, están alerta y me miran. Tendré que ir para echar una mano, mi turno ha terminado, pero no me importa echar un cable.
ESA TARDE
—Señora, ¿me está escuchando? —pregunta el policía—Señora, ¿cómo se llama?
—Laura, me llamo Laura, soy neurocirujana. —responde con una sonrisa. Acaban de encontrar el cadáver. Lo que le habían hecho a ese hombre era una salvajada.
LA REALIDAD
Tras un interrogatorio infructuoso, la teniente no tuvo más remedio que intentar encajar los hechos.
La sospechosa del asesinato trabajaba en el hospital, en el servicio de limpieza de quirófanos de neurología. Han interrogado a sus compañeras y han comentado que era una persona afable, trabajadora y muy discreta.
Las cámaras le habían grabado entrando en el hospital con un paciente sentado en una silla de ruedas. No entró por la puerta principal, lo hizo por la puerta de servicio. Nadie se extrañó, mucha gente iba y venía a esas horas. Suponían que alguien le había pedido que trasladara al paciente.
Una vez dentro, como atestiguaban las cámaras, se había dirigido al quirófano del fondo que, en ese momento, tenía que estar en fase de limpieza. Lo que allí dentro ocurrió, en palabras de la forense, fue una barbaridad.
Al sujeto se le colocó sobre la camilla y, para evitar que se moviera, le sujetaron brazos y piernas con esparadrapo. Presenta una contusión grave en el pómulo izquierdo. No había indicios de uso de anestésicos. Se ha encontrado una sierra de Gigli al lado de la camilla. El cadáver no tiene la parte superior del cráneo. Los primeros indicios apuntan a que le ha sido extraída in vivo. En la cavidad craneal se ha insertado un objeto metálico, presumiblemente una cafetera. El cerebro se ha encontrado en una bandeja que contiene una sustancia oscura que, por su apariencia y olor, podría ser café.
LAS PREGUNTAS
—Me gustaría que me contara su versión de los hechos—pregunta la mujer.
—Mi nombre es Laura y trabajo en neurología en el hospital.
—¿Podría decirme quién es María?
—Claro, es mi vecina. Trabaja en la limpieza del hospital. ¡Pobre mujer! Tiene un marido que la maltrata, me da la impresión de que física y psicológicamente.
—¿Cuándo la vio por última vez?
—Les he oido discutir esta mañana, como todas las mañanas. Luego en el hospital me ha parecido verla llevando un paciente. —dice — Alguien le habrá pedido que lo haga, me imagino que después se habrá dedicado a sus tareas de limpieza. No la he vuelto a ver.
La mujer le pide que no escatime en detalles y que todo es relevante para el caso.
—No puedo contarle mucho más porque en ese momento yo me dirigía a realizar una operación para reducir la presión intracraneal de un paciente que acababa de llegar.
—¿No recuerda nada más?
—No. Sé que la operación salió bien y que se me quitó el dolor de cabeza. —dijo con una sonrisa pacífica en los labios.
EL INFORME
Trastorno disociativo, se recomienda ingreso en institución mental.
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