—¡Un sobre, un sobre! — grité cuando lo vi.
En alguna ocasión os he contado que, desde muy pequeña, quienes bien me quieren NO me han hecho llorar, al contrario, me han hecho disfrutar y han alentado mi curiosidad con regalos que me han permitido entender algunas de las maravillas que nos rodean…esqueletos, juegos de química, microscopios, muchísimos libros y algún que otro sobre.
El 6 de enero de 2019 me encontré con uno de estos sobres y dentro: un viaje a Ginebra para visitar el CERN. ¡Iba a ir al lugar donde cogen partículas, les dan una velocidad propia de Star Wars y las hacen chocar!
Os podéis imaginar la ilusión que me hizo ir donde se busca lo elemental, y cuando digo lo elemental, quiero decir aquello de lo que está constituido todo, y que ningún ojo puede ver, lo más pequeño de lo pequeño.
Tras los besos, los abrazos, las gracias y algún que otro grito de entusiasmo, la cabeza me iba a mil y me acorde de Demócrito. ¡Soy así!
Demócrito, sin ningún acelerador de partículas, ya se olía que el universo estaba compuesto por partículas pequeñísimas que no se podían dividir en nada más pequeño y a las que llamó átomos (si no recuerdo mal es indivisible en griego).
Tal vez os parezca extraño que ir a ver un acelerador de partículas, me hiciera pensar en filosofía, pero ¿no es la que, mucho antes que la ciencia moderna, ya se preguntaba por lo infinitamente pequeño y su relación con el todo? Al fin y al cabo, en el CERN se buscan las partículas fundamentales de todo y la respuesta a la pregunta filosófica que lleva milenios dándonos guerra: ¿cuál es la verdadera naturaleza de la realidad que se esconde bajo lo que nos rodea?
Pero vayamos al grano, que me disperso como la materia en el universo. En julio de 2019 llegué al CERN, decir que estaba flipada y feliz es muy simple, así que os enseño lo primero que vi al llegar.
El 6 de enero de 2019 me encontré con uno de estos sobres y dentro: un viaje a Ginebra para visitar el CERN. ¡Iba a ir al lugar donde cogen partículas, les dan una velocidad propia de Star Wars y las hacen chocar!
Os podéis imaginar la ilusión que me hizo ir donde se busca lo elemental, y cuando digo lo elemental, quiero decir aquello de lo que está constituido todo, y que ningún ojo puede ver, lo más pequeño de lo pequeño.
Tras los besos, los abrazos, las gracias y algún que otro grito de entusiasmo, la cabeza me iba a mil y me acorde de Demócrito. ¡Soy así!
Demócrito, sin ningún acelerador de partículas, ya se olía que el universo estaba compuesto por partículas pequeñísimas que no se podían dividir en nada más pequeño y a las que llamó átomos (si no recuerdo mal es indivisible en griego).
Tal vez os parezca extraño que ir a ver un acelerador de partículas, me hiciera pensar en filosofía, pero ¿no es la que, mucho antes que la ciencia moderna, ya se preguntaba por lo infinitamente pequeño y su relación con el todo? Al fin y al cabo, en el CERN se buscan las partículas fundamentales de todo y la respuesta a la pregunta filosófica que lleva milenios dándonos guerra: ¿cuál es la verdadera naturaleza de la realidad que se esconde bajo lo que nos rodea?
Pero vayamos al grano, que me disperso como la materia en el universo. En julio de 2019 llegué al CERN, decir que estaba flipada y feliz es muy simple, así que os enseño lo primero que vi al llegar.
El rastro de lo invisible
¡Una cámara de niebla! Me quedé mirando como una tonta. Imaginad el impacto que me causó ver las partículas, titanes diminutos que sostienen todo lo existente dejando su huella en el mundo de lo visible. Me quedé un buen rato mirando cómo trazaban trayectorias aleatorias en la cámara. Estaba viendo ante mis ojos el rastro de lo más pequeño del universo, aquello que, en su aparente insignificancia, construye toda la grandeza que conocemos.
Imaginad por un momento lo que significa esto: esos diminutos hilos de condensación, esas estelas efímeras que aparecen y desaparecen en segundos, son la única manera que tenemos de "ver" algo que existe en un nivel tan fundamental que escapa por completo a nuestros sentidos y creo que a nuestra comprensión. Entender la física de partículas, fácil lo que se dice fácil, no es.
Para que os hagáis una idea de lo que aquello me fascinó, estuve en el museo del CERN desde las 9 de la mañana hasta las 4 de la tarde, momento en el que nos llevaban a ver uno de los experimentos. No sabía a cuál de ellos.
De camino y, mientras la guía nos contaba muchas cosas a las que creo que no presté demasiada atención, no por ser poco interesante sino porque estaba emocionadísima, oí dos palabras: Atlas y Higgs.
ATLAS tiene 46 metros de largo, 25 de alto y 25 de ancho, ¡es enorme! Me pareció muy curioso que necesitemos algo tan grande para pillar por sorpresa a las partículas más pequeñas. Allí el objetivo es detectar y analizar las partículas subatómicas que se producen cuando los protones chocan a velocidades cercanas a la luz en el acelerador circular de 27 kilómetros de circunferencia que se encuentra a 100 metros bajo tierra. Pensadlo, una colosal infraestructura para capturar un instante de lo imperceptible. A mí me parece alucinante. Podéis echar un vistazo virtual si os apetece pinchando aquí.
Atlas
Bueno, bueno, bueno, en ese momento pensé que me iba a dar algo. ATLAS es uno de los cuatro grandes detectores del Gran Colisionador de Hadrones (LHC). Pensar en que estaba en el centro de control del experimento más grande jamás construido por la humanidad y diseñado para cazar a lo más minúsculo, me flipó.ATLAS tiene 46 metros de largo, 25 de alto y 25 de ancho, ¡es enorme! Me pareció muy curioso que necesitemos algo tan grande para pillar por sorpresa a las partículas más pequeñas. Allí el objetivo es detectar y analizar las partículas subatómicas que se producen cuando los protones chocan a velocidades cercanas a la luz en el acelerador circular de 27 kilómetros de circunferencia que se encuentra a 100 metros bajo tierra. Pensadlo, una colosal infraestructura para capturar un instante de lo imperceptible. A mí me parece alucinante. Podéis echar un vistazo virtual si os apetece pinchando aquí.
La guía nos explicó que ATLAS funciona como una cámara digital gigante de “chorropocientos mil” píxeles que hace 40 millones de "fotografías" por segundo. En cada una de estas imágenes se capturan las trazas dejadas por las partículas producidas en las colisiones. Para procesar esos datos hace falta una capadidad de computación salvaje y nos explicó que era una tarea titánica. Buscan patrones que les den pistas sobre las partículas y no es nada fácil encontrarlas con tanta cantidad de información disponible.
¿La particula de dios o del demonio?
En algún momento tenía que hablar de la"partícula de Dios", siempre me ha hecho mucha gracia este nombre tan pomposo para una partícula escurridiza que resultó complicado pillar. Yo creo que hubiera sido mejor “la partícula del Demonio”.
Fue precisamente allí, en ATLAS, donde cazaron al bosón de Higgs. Higgs lo había predicho teóricamente casi 50 años antes (dentro del Modelo Estándar) y asomó el hocico para que echaran un vistazo en 2012. Se lo tomó con mucha calma.
El bosón de Higgs es la manifestación del campo de Higgs, responsable de dar masa a otras partículas elementales. Desde lo que soy capaz de entender, es lo que permite que la materia como la conocemos exista. Sin él, las partículas elementales viajarían a la velocidad de la luz, sin masa, sin posibilidad de formar átomos, moléculas…Este bosón, tan fugaz y esquivo que existe durante una fracción de segundo antes de desintegrarse, es el que permite que el universo tenga sustancia y no sea un simple destello de luz.
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El bosón de Higgs acompañado de otras partículas elementales |
Estar allí me produjo una sensación difícil de explicar. Era como estar en el lugar donde se desvelan los secretos más profundos de la existencia, donde lo infinitamente pequeño se revela como el verdadero pilar del todo, el lugar donde Demócrito diría: “¡Veis! Yo tenía razón, había algo muy pequeño escondido al fondo”.
A día de hoy todavía me dura la emoción de haber estado allí, en el lugar donde las partículas elementales hacen acto de presencia, donde dejan sus pequeños rastros para ampliar nuestro horizonte de conocimiento y, por supuesto, de desconocimiento.
Creo que ésta es la paradoja más chula de la ciencia, cada respuesta abre trillones o “chorropocientas” preguntas más, cada partícula cazada nos vacila un poco porque sabe que nos queda una barbaridad por descubrir y entender. Por eso el bosón de Higgs no ha sido el final, sino otro comienzo en nuestra comprensión de lo elemental del universo.
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Démocrite méditant sur le siège de l'âme de Delhomme Imagen de: Mary-Lan Nguyen |
Desde que una magnífica profesora de filosofía, Lourdes, me presentó formalmente a Demócrito, comprender las partes más pequeñas de las que se compone todo se convirtió en una de mis pasiones. Me maravilla cómo lo que parece insignificante construye el universo: quarks que forman protones, átomos que tejen moléculas, esporas microscópicas que dan vida a bosques enteros de hongos, diminutas bacterias que sostienen ecosistemas completos, los lexemas que nos permiten formar palabras… ¡maravillas minúsculas!
Lo pequeño me chifla, despierta mi curiosidad y en lo minúsculo encuentro la base de lo descomunal, el código fuente para construir y la delicada escritura de la naturaleza creando las cosas más espectaculares del universo.
Con esta entrada participo como polivulgadora para Café Hypatia con el #PVgrandeypequeño
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Tu relato refleja la profunda conexión entre la curiosidad científica y la filosofía, a través de la experiencia personal desde la infancia, alentado a explorar y aprender, lo que culmina en la emocionante oportunidad de observar partículas en acción. Destaca la importancia de entender lo elemental, lo que compone la realidad, y cómo la ciencia y la filosofía se entrelazan en la búsqueda de respuestas sobre la naturaleza del universo. El asombro al ver las partículas en la cámara de niebla simboliza la maravilla de lo invisible que sostiene la existencia, subrayando la belleza de la ciencia como un camino hacia el conocimiento y la comprensión del mundo. Excelente aporte, un abrazo
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