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Atados al tiempo

Somos esclavos del calendario y del reloj, al menos, durante nuestra vida laboral. Tenemos la vida adaptada al tiempo ya que estamos obligados a cumplir horarios, a apuntar citas en fechas concretas y, en especial, a mirar cuándo el calendario nos traerá un día de fiesta.
    En la actualidad, en Occidente nos regimos por el calendario gregoriano, un sistema de división que fue promovido por el Papa Gregorio XIII y que se implantó en 1582. Durante el periodo anterior se usaba el calendario juliano, creado por los astrónomos a las ordenes de Julio Cesar.
    Los calendarios, en definitiva, son formas de medir el transcurso del tiempo, aunque no se limitan a un contenido meramente temporal puesto que están relacionados tanto con la ciencia como con las costumbres y necesidades sociales.
    ¿Puede una forma de medir el tiempo o distribuirlo ser un autentico fracaso? Sí, por supuesto. Al Calendario Revolucionario le ocurrió.

    Tras la Revolución Francesa la Convención Nacional quiso poner en marcha el Calendario Revolucionario. Se publicó el 24 de noviembre de 1793 y se utilizó hasta 1805. El año nuevo comenzaba el 22 de septiembre coincidiendo con el equinoccio de otoño. El calendario constaba de 12 meses de 30 días cada uno, con cinco días adicionales al final de cada año, llamados epagómenos. Los meses y los días de la semana también se renombraron para eliminar cualquier referencia a la religión o la monarquía. El objetivo de la creación de este calendario era instaurar un sistema más racional y laico en oposición al calendario gregoriano considerado símbolo de la opresión religiosa y de la monarquía.

   Uno de sus objetivos era un cambio en la distribución del tiempo que sirviera de ayuda a las transacciones comerciales y administrativas. Éstas se realizaban teniendo su base en sistemas de medidas y monedas decimales. Así que se trataba de un calendario decimal.

    Otro objetivo era reemplazar las tradiciones religiosas y monárquicas con un sistema basado en la naturaleza y en la ciencia. En un primer momento, con la ayuda de Charles Gilbert Romme, se creo una nomenclatura infernal para los documentos. Por ejemplo, al escribir la fecha era necesario escribir el segundo día de la segunda década del segundo mes del segundo año de la República. Largo y complejo, ¿no?. Se creó una nueva comisión para mejorar este aspecto ya que para el común de los mortales seguir este calendario era bastante complejo. En esta segunda fase el encargado de los nombres fue Fabre d'Églantine, que eligió para ello unos nombres que usaban la prosodia del idioma y referencias a las estaciones. Así por ejemplo el 5 de julio de 1897 se convirtió en el 14 de Prairial del año 105.

    La historia nos dice que el cambio no salió bien. ¿Cuáles fueron las causas de este fracaso? La falta de aceptación fue su principal problema. Se trató de una imposición que además modificaba de forma bastante clara el orden del tiempo. 

    La mayoría de nosotros tenemos absolutamente internalizado el tiempo como algo que forma parte indisoluble de nuestras tareas, trabajos, ocio, etc. Cambiar la duración de las horas radicalmente a lo que nuestra cabeza tiene medido supone una desorganización en las tareas. Se debe aprender un nuevo modelo para hacer cálculos simples sobre el comienzo y el fin de cualquier actividad. A los humanos no nos gustan los cambios complejos.

    No lo había mencionado hasta ahora pero el día también se dividía en 10 partes. Imaginad que, de repente, tenéis que distribuir vuestros días de forma diferente, contando con 10 horas en lugar de las 24 habituales. Os aseguro que os costaría un buen rato hacerlo. A todo esto podemos unir que Francia no vivía aislada del resto de países y…¿qué se hace con los relojes que ya existen? Tal vez en la actualidad cambiar de reloj sea algo sencillo pero ¿os imagináis cambiar los relojes de todos los lugares públicos, de los campanarios de las iglesias, de los bancos? Precisamente son éstos los que el pueblo usaba para saber la hora. Finalmente, la división del día en 10 horas solo estuvo en vigor durante 500 días (y 500 noches).


Imagen de Wikimedia Commons

    El calendario no solo generaba problemas en la organización del día sino que otros asuntos, especialmente, la agricultura se veían afectados. La agricultura se rige por ciclos muy claros de cultivos. Hay momentos específicos en los que se deben realizar algunas tareas concretas. En la mayoría de las ocasiones, estas tareas están relacionadas con las estaciones y los ciclos naturales. El calendario revolucionario, al ser artificial y decimal, dejaba de lado estas consideraciones, por lo que adaptarlo para las tareas agrícolas no era sencillo.

    Además, aunque la religión hubiera dejado de ser uno de los principales pilares sociales no hay que olvidar que al igual que el tiempo está en nuestra mente, las creencias también. Las autoridades religiosas de menor entidad continuaban usando el viejo calendario con las alusiones a santos y santas. No hay que olvidar que parte de las costumbres en los cultivos agrícolas están íntimamente ligadas a la religión. 

    Todas las acciones que realizamos a lo largo del día están vinculadas a una distribución del tiempo, desde cuánto tardamos en llegar al trabajo, hasta cuánto puede durar la leña de la chimenea o cuánto tarda en cocer una patata. Pensad por un momento en la cantidad de refranes y dichos que están relacionados con aspectos relativos al calendario, en especial, a santos y santas. Os dejo un link de refranes relacionados con el calendario agrícola.

    El calendario poco a poco fue cayendo en desuso y fue abolido en 1805 por Napoleón Bonaparte que volvió al calendario gregoriano. Me queda la duda de que no lo hiciera para estar en consonancia con las fechas de que aquellos territorios que pensaba invadir.😉

    Si os apetece leer las aventuras y desventuras de Napoleón con el tifus exantemático lo podéis leer en:

Microbichitos y el arte de la guerra


Referencias:

Descristianización de Francia

El día de 10 horas



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