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¿Inmortales?

¿Qué es ser humano? Mi visión es sesgada por razones obvias así que, antes de daros mi opinión, le he preguntado a una inteligencia artificial (IA) qué es. Su repuesta resumida ha sido:
    “…el concepto de humano también se refiere a las diversas dimensiones culturales, sociales y políticas que definen nuestra identidad como seres humanos. El concepto es multifacético y se refiere a la compleja interacción entre la biología, la cultura y la sociedad que caracteriza nuestra existencia como especie.” 

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    Me ha resultado curiosa la respuesta “nuestra existencia como especie”, parece que se siente parte de lo humano. ¡Cosas de la tecnología! 
    Me esperaba algo más grandilocuente y lleno de palabras como alma, entidad propia, compasión, empatía, etc. Palabras que solemos usar para definirnos como humanos. Claro que lo que cada uno de nosotros entendemos por humano es diferente. 
    Mi respuesta a la misma pregunta que le he formulada a la IA es más corta y más sencilla, lo que nos confiere la esencia como humanos es la conciencia de ser mortales. Lo efímero de nuestra existencia nos da la humanidad y, por extensión, la necesidad muy humana de buscar la inmortalidad. Esta búsqueda nos ha llevado tanto por caminos reales, en los que se ha encontrado la pólvora buscando un elixir de inmortalidad, como por ficciones literarias que han creado personajes inmortales como Drácula. Otros vías nos han llevado a imaginar futuros donde el humano se desprende de su mortalidad a través de modificaciones genéticas o, tal vez, con una simbiosis humano-máquina. Transcender y deshacernos de nuestro cuerpo o mejorarlo parece más un deseo y un objetivo que una mera ficción. Ansiamos la vida eterna y, sin embargo, no estamos preparados para ella.  
    Desde hace unos años la investigación científica discurre por unos ámbitos de búsqueda de mejoras en nuestras condiciones biológicas que nos permitan vivir más tiempo y con mayor calidad. La realidad está inmersa en la búsqueda de ese posthumanismo o transhumanismo entendido como la trascendencia a lo humano, como la mejora de lo que biológicamente somos y, quizá, de lo que psicológicamente somos. ¿Querríais ser inmortales? ¿Os gustaría trascender a vuestra humanidad?

    “El transhumanismo es la búsqueda del mejoramiento humano físico, mental, moral, emocional o de otra índole mediante procedimientos tecnológicos, en especial, a través de las biotecnologías, de la robótica y de la inteligencia artificial en su versión más radical y promueve el advenimiento de una nueva especie posthumana”.1


    Algunas de las predicciones que hace el transhumanismo no se pueden tomar demasiado en serio debido a lo improbable de su logro. Por ejemplo el volcado de toda nuestra mente en un ordenador o en cualquier otro dispositivo que permita una separación entre cuerpo y mente. Aunque este deseo es un tema recurrente que ha aparecido tanto en la literatura como en el cine y, por supuesto, en la investigación científica estamos lejos de que sea alcanzable.
    El posthumanismo centrado en la robótica y la inteligencia artificial busca la integración del ser humano con la máquina, la creación de un cyborg perfecto. No se trata del uso de prótesis o del uso de máquinas que nos ayuden a realizar tareas, no, se trata de eliminar nuestra debilidad biológica. De mejorarnos de tal forma que todos los males que podamos padecer por ser seres biológicamente imperfectos y avocados al envejecimiento, queden superados.
    Tanto en la realidad como en la literatura la creación de robot, IA o máquinas que nos sirvan de soporte vital lleva asociado el temor a que estas creaciones nos superen. Ese momento de superación de lo humano por la máquina se denomina singularidad tecnológica. Las máquinas sobrepasarían nuestra capacidad cognitiva y nos dominarían. Los dos ejemplos más claros y, seguramente, los más conocidos que reflejan este miedo los podemos encontrar en Matrix y en Terminator.

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    En cualquiera de los casos, estas ideas donde lo humano es suplantado por lo artificial o por lo transhumano no parecen viables en un futuro próximo. Existen muchos problemas técnicos para lograrlo pero supongamos que poco a poco con la evolución y el conocimiento científico llegamos a ello, a seres en los que la evolución no está sujeta al azar. ¿Dónde quedaría la naturaleza humana?
    Evidentemente la naturaleza humana si existe, no es inmutable y no viene dada por definición. Suponiendo que exista, ¿es perfecta y buena? No, existen fallos y comportamientos erróneos y ¿sería deseable que desaparecieran? Una de las frases más habituales que usamos es “errar es de humanos”, lo que quiere decir que nuestra esencia, si la hubiera y fuera invariable, sería imperfecta. Sin embargo, en cierta medida, es lo que nos define. ¿Estamos dispuestos a someternos a un proceso que elimine nuestra esencia humana? ¿Todo el mundo estaría dispuesto a hacerlo? ¿El acceso a esas modificaciones sería universal?


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    Probablemente nos encontraríamos en un futuro no demasiado lejano en el cual el cuerpo es algo totalmente intercambiable y es la mente la que se ha convertido en algo perpetuo y eterno. ¿Habríamos mejorado como especie? 
    Saltarse la evolución y mejorar todo aquello que nos hace mortales y débiles es un tema recurrente y no demasiado novedoso. En la película El cortador de césped (1992) un científico experimentaba con fármacos y realidad virtual con la intención de modificar la capacidad y ampliar el intelecto de un sujeto. Como es lógico el experimento salía mal y el humano en cuestión superaba su corporeidad para hacerse uno con la máquina. Logra mejorar y, sin embargo, salen a flote los males que adornan a la humanidad. 
    La unión de seres humanos y robots, la creación de robots con sentimientos humanos y todas las combinaciones que se os ocurran se han narrado en múltiples ocasiones. De todas estas narraciones hay una que me gusta especialmente, Carbono alterado, una novela de Richard Morgan de 2002, donde un futuro posthumano nos deja con una sensación extraña en el cuerpo y la mente. 
    La trama discurre en un futuro no demasiado lejano, el siglo XXV, donde la tecnología ha avanzado hasta tal punto que la conciencia individual se puede almacenar en un dispositivo. Se ha
 conseguido separar la mente del cuerpo y es, precisamente, este hecho el que crea una sociedad desigual en la que el poder está en manos de unos pocos. En este mundo distópico la muerte ya no es definitiva y es esa circunstancia la que estructura la sociedad. Una sociedad depravada, violenta, corrupta y con el poder en manos de unos pocos. Todas las consecuencias que acarrea separar la mente y el cuerpo tienen su reflejo en la realidad social.
    La mente, conciencia, identidad o como os apetezca llamarlo se almacena en un dispositivo denominado pila cortical. La estructura física (cuerpo biológico) tan pronto como muere se puede reemplazar por otro que sirve de sustento a la mente (pila cortical). Estos cuerpos se denominan fundas y el acceso a sus diferentes calidades está única y exclusivamente marcado por el estatus social.
    Superada la muerte lo esperable sería que la sociedad hubiera eliminado todos los defectos que normalmente achacamos al ser humano. Lamentablemente ocurre lo contrario, la posibilidad de no morir agrava los defectos y provoca que todos los valores que normalmente atribuimos a la humanidad desaparezcan. Me refiero a la empatía, la caridad, la compasión. Sin un final en nuestra existencia ¿tienen sentido los valores?
   Todos, en base a su posición social, tienen a su alcance la posibilidad de transferir sus pilas a otra fundasin embargo no todos lo hacen. El único límite para la existencia lo marca la integridad de la pila. Si ésta se destruye, la vida acaba. La existencia de esta dualidad, mente y cuerpo, que pueden ser gestionados de forma separada da lugar a tres grupos sociales, los mat, los religiosos y el resto. 
    El estatus social más alto lo tienen los denominados mat, en una clara alusión a Matusalén. Se les considera inmortales. Su posición de dominio se debe a su posibilidad de mantenerse vivos, al menos técnicamente, toda la eternidad. Al igual que el resto tienen una pila cortical, sin embargo, de manera regular, hacen copias de su conciencia en un servidor externo que pueden ser usadas si la pila queda destruida. Tienen la eternidad en sus manos. A lo que hay que añadir que sus fundas, que nadie más se puede permitir, son biológicas (clones). La combinación de estas posibilidades les hace inmortales por lo que su dominación sobre el resto perdura en el tiempo. ¿Les hace esta posibilidad creerse superiores al resto y, por lo tanto, una especie diferente?
 

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    En la posición contraria nos encontramos con un grupo reducido de personas que no desean continuar con su vida una vez que su cuerpo biológico deje de existir. Su deseo se basa en una cuestión religiosa. Sus creencias se fundamentan en la idea de que al morir su alma irá al cielo y por tanto no deben perpetuar su existencia más allá de lo que su creador (Dios) ha querido que vivan.
    ¿Son estos creyentes los que entienden que la vida tiene un ciclo que se cierra? ¿Pensar en superar esa barrera que limita la existencia nos quitaría la esencia humana? Cuando alguien vuelve con otra funda, ¿es la misma persona? El uso de estas fundas y las pilas permite modificar los recuerdos y alterar la personalidad. 
    En lo que respecta al resto de la sociedad son una amalgama de personajes dispares que sobrevive como puede, algunos con mayor fortuna que otros. Hay estratos sociales para todos los gustos que, juntos, conforman una sociedad compleja y completa plagada de dudas, problemas, deseos e intereses.
    Esta novela plantea entre sus líneas cuestiones sobre las consecuencias psicológicas y emocionales de la transferencia de conciencia así como de la posibilidad de vivir para siempre, de la naturaleza de la identidad, de la vida y, especialmente, de la muerte. Además, de la superación de las leyes de la naturaleza. 
    La historia se entrelaza con temas complejos como la inmortalidad, en manos de unos pocos, la desigualdad social que tiene su expresión en aquellos que no pueden acceder a una funda nueva y siguen siendo mortales y cuestiones religiosas o aspectos relativos a la dualidad entre la mente y el cuerpo. ¿Son separables? En caso de que lo sean ¿es la mente la que nos otorga humanidad?.
    Nuestra mente lleva asociada una percepción propia que nos hace únicos y en la que nos reconocemos como nosotros mismos. Si cambiáramos de cuerpo como plantea la novela, ¿dónde quedaría nuestra identidad como seres individuales? Parte de nuestra identidad está vinculada a la propiocepción y a la imagen que tenemos de nosotros mismos, a ellas van unidas nuestras experiencias con los sentidos. ¿Yo seguiría siendo yo con una nariz biológicamente diferente a la mía? Siendo mi mente igual ¿tendrían cabida en mi nueva estructura corporal mis experiencias sensoriales pasadas o se perderían como lágrimas en la lluvia?.
   
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    Esta historia nos muestra un futuro en el que la tecnología ha derrocado a la muerte, una sociedad en la que los humanos parecen menos humanos y en la que el poder está vinculado a la eternidad.
    En mi caso la lectura casi siempre lleva asociada reflexiones, preguntas, dudas, soluciones alternativas y, por supuesto, comparaciones con nuestra realidad. No quería terminar sin dejaros unas cuantas preguntas (más) que surgen de la historia que narra Carbono alterado.
    ¿Nos enfrentamos a un futuro parecido? ¿Llegará un momento en el que podamos modificarnos de tal forma que no tengamos un horizonte de tiempo limitado? ¿Podremos perpetuar nuestra existencia hasta el infinito disfrutando de aquello que nos gusta? ¿Dejaremos de ser humanos por hacerlo?¿Nos convertiremos en máquinas y habremos superado los procesos biológicos de la evolución? ¿Es deseable este futuro? 
    ¿Somos carbono o ya somos carbono alterado? Tened una buena reflexión y leed, siempre.



 

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