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Ciencia para damas

Las mujeres han estado excluidas de la ciencia, sus aportaciones han sido olvidadas o, cuando las han hecho, no se han tenido en cuenta. Se ha considerado que una mujer no podía hacer ciencia o, lo que es aun más grave, que no estaba capacitada para comprenderla. Desde luego eso no significa que las mujeres hayamos sido víctimas pasivas de esa desconsideración, represión y opresión. Al contrario, las mujeres hemos sido capaces, en especial aquellas con posibilidades económicas, de crear estrategias para poder acceder a la ciencia y para sobrevivir en ella.
    Algunas de esas mujeres alcanzaron notoriedad en su época, sin embargo, en periodos posteriores fueron ocultadas, se prohibieron sus obras o se negó su autoría. Situación que motivó que las mujeres desplegaran multiples estrategias para poder formar parte del mundo de la ciencia. Entre ellas, la de hacerse pasar por un hombre como hizo Jeanne Baret, la de crear Salones para damas e, incluso, crear sus propias Academias. Todo con el objetivo de no quedarse al margen del conocimiento que, por estar en manos de hombres, no permitía el acceso de forma normal a las mujeres. 
    Una de las estrategias que usaron las mujeres para no quedarse al margen fue la creación de Salones, que comenzaron su andadura en el siglo XVII y que tuvieron una mayor proliferación en el siglo XVIII. 
Los salones literarios eran regentados por una Salonière. Esta anfitriona era una mujer con prestigio, buena posición y con un elevado interés en la cultura, lo que permitía que, en esos salones, las mujeres se reunieran para hablar de literatura, ciencia o cualquier otra materia sobre la que tuvieran interés. 
    El surgimiento de la cultura del salón literario permitió la asistencia de filósofos y, con ellos, llegaron las conversaciones sobre ciencia, política o economía en las que las mujeres eran partícipes y no meras espectadores. En esas reuniones las mujeres eran anfitrionas y parte activa en la discusión aportando sus conocimientos.
    En Madrid, Josefa de Zúñiga y Castro, en 1749, comenzó a organizar en su palacio reuniones literarias mensuales que tomaron el nombre de Academia del Buen Gusto
    

   
Damas (Stable Diffusion)


    Las mujeres no se conformaron con crear estos salones literarios. En vista de que su admisión en la Academia no tenía, salvo contadas excepciones, posibilidad de producirse, crearon Academias para mujeres. Al mismo tiempo hubo una corriente de Ciencia para Damas,  aunque no siempre estas obras estaban escritas por mujeres. Las mujeres pudieron también llevar a cabo algunos estudios científicos como pasatiempo. La botánica era muy popular entre la mujeres que, aunque no podían participar en los discursos formales sobre clasificación, sí se les permitía identificar y dibujar plantas.

    En la segunda mitad del siglo XVIII hubo un incremento de obras destinadas a la educación. Entre ellas aparecen unas específicamente destinadas a las mujeres en su rol de educadoras, matronas, cuidadoras, sanadoras y aficionadas a la ciencia pero no como partícipes del hacer científico. Con esta tendencia se logró que algunos autores y autoras realizaran recomendaciones de libros para la formación de las mujeres, como por ejemplo Josefa Amar, que defendía la capacidad de las mujeres para actividades intelectuales, políticas y de gestión y que desaprobaba la educación de las niñas en conventos. De hecho, consideraba que éstos no debían existir. Estas palabras suyas en Discurso en defensa del talento de las mujeres plantearon una nueva asignación de roles de género:
 
“Ninguno que esté medianamente instruido negará que en todos tiempos y en todos los países ha habido mujeres que han hecho progresos hasta en las ciencias más abstractas. Su historia literaria puede acompañar siempre a la de los hombres porque, cuando éstos han florecido en las letras, han tenido compañeras e imitadoras en el otro sexo” 

    Las mujeres tuvieron que crear sus propios lugares donde hacer ciencia, ya que las organizaciones oficiales, salvo contadas excepciones, no abrieron sus puertas a las mujeres hasta el siglo XX. En cualquier caso no era un mundo para todas las mujeres, sólo las que formaban parte de los estratos altos de la sociedad, que gozaban del favor de algún noble o incluso del rey, se podían permitir formar parte de estos Salones. Entre ellas nos encontramos con Madame du Châtelet, en cuyos salones se discutía sobre literatura, teatro, música, filosofía y sobre los acontecimientos científicos o Madame du Pompadour quién apoyó el proyecto de La Encyclopédie.

Las damas de la ciencia. (Universidad Complutense de Madrid)
 
   El siglo XIX trajo la institucionalización de la ciencia y, con este paso, las mujeres se vieron apartadas de nuevo, al menos la mayoría de ellas. Entre las pocas que tuvieron el apoyo necesario para permanecer en los círculos científicos tenemos a Mary Somerville quien gracias a su marido, William Somerville, pudo dedicarse a su pasión. Su marido estaba orgulloso de Mary y se encargó de proporcionarle contactos con la comunidad científica. De hecho se hizo socio de la Royal Society para tener acceso a la biblioteca y poder copiar los artículos que Mary podía considerar interesantes para sus investigaciones.



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