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El amarillo de todas la miradas

Hasta hoy nunca me había sentido el blanco de todas las miradas, mejor dicho, el amarillo. Al llegar el verano tengo la costumbre de acercarme al parque que está al lado de casa y sentarme a leer. Hay un banco que me gusta especialmente. Hoy, como cualquier otro día, me he sentado, he abierto mi libro y me he puesto a leer.
    No ha pasado mucho tiempo hasta que me he sentido incómoda. Notaba que las viejecitas del banco de enfrente me miraban y cuchicheaban entre ellas. De las tres, la más anciana me miraba con cara de pena y de preocupación. Las otras dos, más descaradas, me miraban entre jocosas y sorprendidas. ¡A saber qué estarían pensando!
    No han tardado mucho en irse, pero les he visto mirar hacia atrás mientras caminaban. No he entendido sus miradas. He echado un vistazo a mi vestimenta por si acaso llevaba algo del revés, y no. Llevaba pantalones cortos, una camiseta de propaganda, alpargatas y todo en su sitio. Bien peinada, me acababa de bañar, y en mis manos tenía el libro. ¡En fin!
    Un poco más tarde ha pasado un matrimonio camino del hospital que está justo enfrente y he oido cómo ella le decía: “pobrecita, igual le han dejado salir a leer”. He notado en sus ojos una mirada de lástima. ¿Han pensado que era una paciente? ¿El comentario tenía que haberme dado alguna pista?. He continuado leyendo. ¡Ya no sabía qué pensar!
    Tras unos minutos ha pasado un grupo de chicos y chicas. Uno de los chicos ha sido el primero en verme. Se ha girado hacia el resto y he oído una carcajada. Cuando han pasado a mi lado me han mirado con diversión y uno ha comentado algo sobre mi maquillaje. ¡Pero si no iba maquillada!
    Me he empezado a preocupar, no sabía por qué me miraban. Por si acaso tenía alguna hoja o algún bicho en la cabeza, la he sacudido, pero no, no ha caído nada. 



    He seguido leyendo hasta que ha llegado Antonia. Ella es una mujer adorable que vive en la casa de al lado y que siempre me da cosas de su huerta. Tiene una mirada viva, inteligente y con mucha sabiduría. Antonia se ha acercado, me ha mirado con preocupación, me ha puesto la mano en la frente, me ha cogido la mano y, con mucha delicadeza, me ha dicho: “hija, ven que te acompaño a urgencias. Algo tienes mal.”
    Ni le he preguntado. Si Antonia dice que al hospital, se va al hospital. Allí hemos ido, ella ha tomado las riendas, me ha sentado en la sala de espera y ha ido a dar mis datos. Cuando me han pasado a la sala de triaje, me han preguntado lo básico: enfermedades crónicas, antecedentes...no tengo nada grave. Lo único que padezco es tritanotopía. Les he explicado en qué consistía y, en ese momento, me han mirado con mucha ternura y he escuchado alguna risita.
    Me han preguntado lo que había hecho esa tarde. Les he contado que darme un baño y salir a leer. Me han preguntado si había usado algún tipo de sales. Claro, como siempre, sal del Himalaya. Antes de darme un baño le echo una buena cantidad. Me han dicho que no era posible, una mirada de extrañeza ha asomado a sus rostros. Me han olido, han soltado un “pobrecita”. Me han mirado con compasión y con un poco de diversión. Han explicado su teoría, me he reído mucho aunque sé que en mi mirada había una leve vergüenza.
    Al salir, Antonia me estaba esperando. Le he contado lo que me han dicho y casi se muere de la risa. La verdad es que he conseguido que su mirada, en ocasiones triste, se haya llenado de brillo. Ha insistido en acompañarme a casa para comprobar si la teoría del hospital era correcta y ¡vaya si lo era!
    Al llegar a casa me ha preguntado por el bote de sal que he usado. Se lo he enseñado y las carcajadas han resonado por todo el pueblo. ¡Esto no se nos va a olvidar nunca!
    Supongo que ya sabréis qué ha pasado, ¿no?. Efectivamente, la tritanotopía es un tipo de daltonismo que no me permite distinguir entre el rosa y el amarillo. Añadid que soy muy maniática con ciertas cosas y me gusta que los tarros de sal sean iguales. Así que en el armario estaba el tarro de sal del Himalaya (rosa) y al lado uno exactamente igual de sal con cúrcuma (amarilla). Sí, lo habéis adivinado, como no diferencio entre ambos colores a mi bañera ha ido la cúrcuma. Por lo que me ha contado Antonia estoy amarilla de pies a cabeza. Hemos cruzado un fugaz mirada y casi nos caemos al suelo de la risa.

Izquierda visión estándar. Derecha visión con tritanitopía.
(Imagen de Optometristas.org )


    En fin, lo primero que he hecho ha sido poner una etiqueta enorme en el tarro que Antonia me ha dicho que es amarillo y lo siguiente ha sido buscar formas de quitar las manchas de cúrcuma en la piel. ¡A ver quién va a trabajar mañana con este color!
    Lo que sí os puedo decir es que me ha servido para comprender que miradas hay muchas, aunque lo que veamos sea lo mismo: una mujer teñida de amarillo leyendo en un banco

NOTA ACLARATORIA:
    No, no soy daltónica pero me he querido colocar en esa tesitura porque un amigo sí lo es. He utilizado el humor porque creo que es la mejor manera de abordar muchas cosas que nos suceden a lo largo de la vida. Tenía ganas de escribir esta historia porque cuando hablamos de miradas, en ocasiones, se nos olvida que los hechos están ahí y que la interpretación que hacemos de éstos es la que da vida a nuestras miradas. En esta entrada podéis leer algo sobre instrumentos que nos permiten mirar aquello que queda fuera del alcance de nuestra visión. Nos muestran lo que hay pero es nuestra mirada, la curiosidad y el interés por saber lo que le da sentido. Sin esas miradas, el mundo ¿sería igual?

Microrrelato creado para colaborar con la iniciativa #Polivulgadores de Café Hypatia con el tema #PVmiradas.

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