Se marchó porque se había abierto un resquicio en la confianza de los dueños de la joyería. Llevaba allí un año más o menos cuando se produjo el incidente. Se le había caído el cepillo de madera, ese con el que limpiaba el suelo de la Sala de los Diamantes, provocando que una bandeja llena de diamantes saliera despedida, desperdigando su contenido. El joyero era un poco asustadizo y, el sonido del cepillo al chocar contra el mármol, provocó el desastre.
En su vuelo algunos cayeron al cubo de fregar, otros quedaron atrapados entre sus ropas y hubo tres que no pudieron encontrar. El joyero se puso nervioso ante el desaguisado. Volcaron el agua de fregar sobre un tamiz para rescatar los que habían caído dentro.
En presencia de la mujer del joyero hicieron desnudarse a Mari y sacudir su ropa para que se desprendieran los que estaban perdidos entre los pliegues. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos y la búsqueda, no encontraron tres de aquellos diamantes de talla única y carísima.
Pasados unos días, todo volvió a la normalidad, pero ella notaba las miradas de desconfianza. No le quedó más remedio que despedirse, se sentía incómoda y así se lo hizo saber. Le pidieron disculpas y argumentaron que la desaparición de esas tres piezas había sido extraña, tenía que comprenderlo. Ella se mantuvo digna, habló de su desnudez delante de la mujer del joyero, de la incomodidad y de la vergüenza que sintió. Se iba, ya buscaría otra cosa para ganarse el pan.
Con el tiempo, terminaron olvidando el asunto. Al fin y al cabo, el seguro les había pagado y, en los días sucesivos al incidente, las cámaras no grabaron nada extraño salvo a Mari limpiando como siempre, con mucho garbo.
No se dieron cuenta de que, en ese año de limpiezas, Mari había encontrado un resquicio en el mármol del suelo, una pequeña fisura imperceptible salvo para alguien que limpiara el suelo de rodillas. Era lo bastante amplia para ocultar tres diamantes.
A nadie le pareció extraño que, el último día que Mari trabajó allí, hiciera una limpieza profunda. No fueron capaces de darse cuenta de que, el cepillo de madera que había sido el detonante de todo, fuera el que permitió a Mari rescatar los tres diamantes.
Lo que no sabremos nunca es si Mari lo había planeado o si fue casualidad. Este resquicio en la trama queda abierto a vuestra imaginación.
Con el tiempo, terminaron olvidando el asunto. Al fin y al cabo, el seguro les había pagado y, en los días sucesivos al incidente, las cámaras no grabaron nada extraño salvo a Mari limpiando como siempre, con mucho garbo.
No se dieron cuenta de que, en ese año de limpiezas, Mari había encontrado un resquicio en el mármol del suelo, una pequeña fisura imperceptible salvo para alguien que limpiara el suelo de rodillas. Era lo bastante amplia para ocultar tres diamantes.
A nadie le pareció extraño que, el último día que Mari trabajó allí, hiciera una limpieza profunda. No fueron capaces de darse cuenta de que, el cepillo de madera que había sido el detonante de todo, fuera el que permitió a Mari rescatar los tres diamantes.
Lo que no sabremos nunca es si Mari lo había planeado o si fue casualidad. Este resquicio en la trama queda abierto a vuestra imaginación.
Esta entrada colabora con Divagacionistas con el tema #relatosResquicios
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