Iba a ser un día especial. En su llamada captó la promesa de una noche inolvidable. El suave susurro de su voz rozando sus tímpanos lo dejó claro. Era un roce sonoro lleno de expectativas, deleite, dulzura y con la promesa de recrearse en el roce de sus pieles.
La mañana fue un continuo ir y venir, pero improductiva. Varios encontronazos con colegas, pequeñas frases sin relevancia que rozaban la estupidez y arañaban sus ideas. Esos roces siempre eran molestos.
Rozando las seis se preparó para irse. Quería llegar cuanto antes. Se cambió de calzado. No iba a perder el tiempo en el autobús, no. ¡Gente rozándote por todos lados! Volvería andando.
No tardó mucho en darse cuenta de que, por evitar algunos roces, había sufrido otros. Las malditas zapatillas no eran adecuadas y el roce provocó un par de heridas. En fin, ya estaba hecho. No dejó de caminar.
Antes de rozar el llavero, la puerta se abrió. La bienvenida a casa consistió en un leve roce en los labios, una promesa de lo que, más tarde, llegaría. Un roce que interpretó como síntoma de olvido de su pequeño escarceo amoroso en otra casa.
Un pequeño aperitivo, una ostra Guillardeau que se deslizó por su garganta como el roce de las olas en la piel. Como compañero un chateau Lafite que al rozar la lengua sugería terciopelo con frescura de fresa.
De la nada apareció un ramo, flores de pétalos negros, jazmines con una envoltura de curiosas hojas verdes. Una maravilla, delicadas y perfectas en su forma y en su color. Como siempre hacía, no pudo evitar hundir su rostro en el ramo para sentir el aroma y el roce de los pétalos en la piel.
Tardó un instante en darse cuenta. El roce de aquellas flores no era como había imaginado…
Pensaba que los pequeños roces de los últimos tiempos eran cosas normales en las parejas y que habían quedado en el olvido, sin embargo, su infidelidad había provocado heridas, arañazos y roces profundos en su pareja. Trajo consecuencias.
La primera, una carrera al hospital. El ramo provocó un ardor terrible en su cara, una sensación de lija paseando por sus pómulos y un millar de alfileres rozando su piel. No había visto las ortigas ocultas entre las flores.
La segunda, una demanda de divorcio. Nunca podría olvidar el sonido de las hojas de papel rozando entre sí mientras valoraba lo que iba a perder. No dejaba de pensar: “¡Si solo ha sido un rocecillo de nada!”
Microrrelato creado para la iniciativa de Divagacionistas con el tema #relatosRoce
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