Malax es el peor de todos los genios conocidos y por conocer. No existe ninguno en el mundo con mayor afición por hacer el mal.
A Martina le había llegado la ansiada jubilación y, tras toda una vida posponiendo tareas, comenzó por poner orden en la casa familiar.
La primera tarea el ático, lleno de cajas con quincalla de épocas pasadas. Mientras trasteaba en los recuerdos, Martina, se lamentaba del dolor de huesos, del crujido de la cadera y de lo vieja que estaba. Pensaba que la edad la marcan los dolores; si eres joven desaparecen, si eres vieja se quedan.
Encontró una pequeña lámpara entre los libros de su juventud. No la recordaba ni sabía qué hacía allí. Se dejó llevar e imaginó a un genio saliendo del interior y diciendo: “te concedo un deseo”. ¡Pobre mujer!
Malax estaba agazapado en el interior. Le gusta ocultarse en esas lámparas para sorprender a humanos incautos y engañarles. Concede un único deseo, limita lo que pueden pedir y espera que se equivoquen con la elección, le encanta ver cómo se lamentan por deseos mal formulados.
Martina se puso a pensar: “¿qué pediría si un genio saliera de la lámpara?” Lo tuvo claro, su deseo tenía que ver con su edad. Suspiró por volver a tener 20 años, sin dolores, sin preocupaciones y con toda la vida por delante.
Malax vio la oportunidad de hacer el mal y, con gran pompa, se presentó. El momento elegido fue preciso y medido al microsegundo: el instante justo en que la idea de volver a tener 20 años estaba todavía flotando entre las neuronas de Martina.
No dudó cuando Malax le ofreció un deseo. Sabía con certeza lo que quería, cambiar su edad.
—No quiero tener mi edad, quiero tener 20 años. —formuló su petición con una amplia sonrisa pues se estaba deleitando con una juventud pasada.
Con un chasqueo de dedos y un poco de humo Malax le concedió el deseo. Martina descubrió que no había desaparecido ni una sola de sus arrugas, que su cara era la exactamente la misma que la de la señora jubilada que era hacía un minuto.
—Te he concedido lo que has pedido, tener 20 años. — Ella no lo entendía hasta que el maldito genio se lo aclaró.
— Mira tu DNI y todos los documentos en los que figura tu edad. —le dijo con una fuerte carcajada —En todos indica que tienes 20 años.
Martina había formulado mal su deseo, la edad es solo una fecha.
Microrrelato creado para la iniciativa de Divagacionistas con el tema #relatosEdad
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