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Crónicas furiosas: malas pulgas

Durante estos meses, unas cuantas personas han recibido un buen librazo en la cara o en otras partes del cuerpo, en distintas modalidades y con distintos libros, eso sí, casi todos de la biblioteca municipal. Creo que el bibliotecario sospecha algo porque desde hace tiempo cuando cojo un libro, no solo miro su sinopsis, sino que lo sopeso en la mano, compruebo su solidez y me fijo en la encuadernación, cubierta y sobrecubierta. Son alimento para mi cerebro y el arma perfecta para ‘la furia de mi niña’.
    Sé que continuan los rumores sobre una mujer que golpea con un libro, pero no hay nada claro y hay muchas conciencias que callan. Hay quien sabe que soy la causante de esos golpes y calla, lo que me hace pensar que la gestión de la violencia que mi deliciosa furia hace, es correcta. Tengo la impresión de que hay quien lo sospecha y calla, supongo que le parece bien lo que hacemos y, desde luego, hay muchas personas que ni se lo imaginan. 
    Estos días paseando con Puky y charlando con ‘la furia de mi niña’ hemos estado reflexionando sobre determinados comportamientos. La mayoría tenemos grabado a fuego que hay que respetar a las personas mayores y parece que eso lleva asociado que hay que perdonarles todo, ¿seguro?
    Me da la impresión de que la edad no nos dulcifica, ni nos hace más pacientes, ni aumenta nuestra educación, ni nos hace más amigables o mejores personas. En realidad, me parece que creemos que la edad nos da libertad para actuar a nuestro antojo, sin normas y con la impunidad que suponemos que nos dan los años. Lo justificamos diciendo: “es que es una persona mayor”. ¿Todo vale?
    No hablo de las personas mayores que han ido perdiendo sus facultades y su personalidad, no, esas son intocables. Me refiero a esas que están convencidas de que pueden decir lo que les viene en gana, sin filtro, sin educación y sin pensar en quién escucha, esas para quienes las normas no existen y que alardean de su comportamiento diciendo que son viejas y pueden hacerlo.
    La cosa empezó en un parque cercano a mi casa y con una mujer mayor, no demasiado, a la que todo el mundo evita porque es una cotilla, una maleducada y una gritona. De nuevo estaba paseando con Puky, unos metros delante de mí una chica iba hablando por el móvil. La interfecta, la señora maleducada, al cruzarse con la chica le miró de arriba abajo y, sin más ni más, se paró a mi altura y comenzó a hablarme.
        —¡Menudas pintas de puta que lleva! ¿No le dará vergüenza? Y esos tatuajes, ¡qué asco! —espetó la ‘buena señora’ sin venir a cuento y con cara de estar chupando un limón.
    No entendí muy bien a qué se refería con ‘pintas de puta’ y lo de los tatuajes me pareció absurdo, si hasta mi tía abuela a sus 80 años se ha hecho uno y le queda estupendamente. Además, lo que cada uno lleve, sea, le apetezca, se tatúe, le guste o le haga feliz, a mí me da igual, siempre y cuando no vaya en contra del civismo, los buenos modales, los derechos humanos y de los animales.

Señora enfadada, creada con DALL·E

    Mi furia y yo nos quedamos alucinadas con sus palabras, pero no era momento de actuar, un librazo no tenía sentido. Esta vez había que planificar un buen ataque.
    Lo primero que hice fue una incursión a la biblioteca municipal. En la sección de ensayo había un par de libros que, además de interesantes, podían servir para la misión. No los elegí por sus cualidades físicas, sino por su contenido, los leí con avidez y aprendí mucho de plantas urticantes y algún bichito pequeño.
    La ‘buena mujer’, además de todo lo que os he contado, es bastante amiga de lo ajeno. Digamos que, si hay algo que le gusta, se lo apropia. Se lo he visto hacer con algún paraguas, una chaqueta que se quedó olvidada en un banco y, por lo que he oido, no paga un café nunca.
    ¡Ah! Lo público también es suyo. Cada vez que el Ayuntamiento repone o cambia las flores de las macetas y jardines, ella se lleva alguna. Sí, le he visto coger tiestos que estaban preparados para ser plantados. En definitiva, que esta señora lo tiene todo.
    Con la ayuda de los libros le tendí una pequeña y urticante trampa. Paseando con Puky, mi furia y yo habíamos recogido un montón de ortigas por el monte, un par de hormigueros y algunas pulgas.
    Preparé unos cuantos tiestos con unas plantas preciosas y llamativas llenos de hormigas y pulgas. Bajé temprano con Puky y los dejé frente a su portal en una caja que parecía del Ayuntamiento. Continué con el paseo y, al volver, los tiestos ya no estaban.
    Para enterarme de si mi plan había funcionado tenía que ir a tomar café al lugar en el que se reúne con ‘sus amigas’, sé de buena tinta que la soportan lo justo. Me senté y a la hora prevista apareció gruñendo, frotándose las manos y rascándose como una loca.
        —¿Qué te pasa que no haces más que frotarte las manos y rascarte? —preguntó una señora.
        —¡Me cago en la puta! —respondió con dulzura.
    Les contó, entre improperios y frases que no voy a reproducir, que se había encontrado unos tiestos ‘abandonados’. Los había subido a casa y al ir a colocarlos le empezaron a picar las manos tanto que, sin querer, los tiró al suelo. Fue a echarse crema y al volver a la cocina se encontró que estaba llena de hormigas.
Florecillas con hormigas y bichitos, creada con DALL·E

    Como le picaban mucho las manos, no podía coger la escoba y, para cuando quiso empezar a recoger, había hormigas por toda la casa. Entre más palabras malsonantes, habló de armarios donde tiene chocolate y galletas llenos de hormigas, alguna que otra en la cama y que había visto una cuantas debajo del fregadero. Además, les contó que algún ‘chucho asqueroso’ se le había acercado y le había pegado pulgas.
    No os voy a explicar la satisfacción que sentimos la ‘furia de mi niña’ y yo, pero os aseguro que sus amigas se partían de la risa. Alguna le dijo que eso le pasaba por llevarse cosas que no eran suyas y otra señora, no sé muy bien la razón, se giró hacía mí y con una gran sonrisa me guiñó un ojo. ¿Me habría visto dejando los tiestos?
    Han pasado unos días y cada vez que la veo hablando con alguien se queja de que tiene la casa llena de hormigas y de que ha tenido ‘millones’ de picaduras. Eso sí, está tan ocupada contándolo que no tiene tiempo para criticar ni para insultar a nadie…misión cumplida, al menos de momento.
    Puky, ‘la furia de mi niña’ y yo nos vamos de vacaciones. Volveremos y, tal vez, os sigamos contando nuestras crónicas furiosas. Disfrutad del verano.
…continuará o, tal vez, no

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